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Iñaki Soto Licenciado en Filosofía

Recordemos las cosas que nos enseñaron en la ikastola

Mientras la clase política discutía sobre la idoneidad de que unas víctimas diesen su testimonio en las aulas, unas decenas de alumnos de Sopela aprendían de manera empírica que el conflicto político es tal entre otras cosas porque hay dos partes en liza

Los recuerdos de cuando éramos pequeños son, casi por definición, parciales. Sin embargo las vivencias actuales nos ayudan a reconstruir esos recuerdos, pasajes que habíamos abandonado en algún rincón de nuestro cerebro pero que, puestos en relación con una noticia o hecho de la actualidad, retornan. Curiosamente, a menudo vuelven en forma de lección, como si se tratase de una clase de la ikastola con efectos retardados. Al menos a mí me pasa.

Un hecho puntual dentro de un contexto general me hizo hace poco recordar algo que ocurrió cuando yo iba a la ikastola. Hace unos pocos meses la polémica sobre el plan de adoctrinamiento del Gobierno de Lakua marcaba la agenda del momento. Al mismo tiempo, en una de las últimas redadas policiales, unos guardias civiles entraron en una ikastola y detuvieron a una andereño que se encontraba dando clase. La profesora se llamaba Saioa Agirre y previamente había denunciado una detención ilegal por parte de ese mismo cuerpo militar. Su delito era denunciar la situación que viven los presos políticos vascos. Paradójicamente, mientras la clase política discutía sobre la idoneidad de que unas víctimas diesen su testimonio en las aulas, unas decenas de alumnos de Sopela aprendían de manera empírica, como si de un experimento de laboratorio se tratase, que el conflicto político es tal entre otras cosas porque hay dos partes en liza.

Resulta que, algo más de veinte años atrás, la que entonces era mi andereño en la ikastola Hegoalde de Iruñea fue detenida junto a otra profesora. Al escuchar la noticia sobre la detención de Saioa Agirre recordé una pancarta en la que se podía leer «Expe eta Txaro askatu!» escrita con una letra infantil. Ya he dicho que los recuerdos se reconstruyen, y no sé para si para entonces ya sabía leer ni si la pancarta la escribimos los alumnos, pero juraría que estaba pintada en colores verde y rojo. Recuerdo también que cuando la soltaron una delegación de la clase fue a su casa a visitarla y que merendamos como si fuese un cumpleaños. Y recuerdo que aquella mujer me marcó para el resto de mi vida, aunque hubiese olvidado este pasaje hasta hace muy poco.

Espe Iriarte, esa andereño, será juzgada junto a otras veintiún personas el próximo día 15 en la Audiencia Nacional dentro del sumario contra Udalbiltza. La gran mayoría de ellas fueron cargos electos, concejales y alcaldes elegidos por su pueblo, por sus pueblos. Su único delito es cumplir lo que prometieron en campaña, llevar a cabo el mandato de sus votantes, defender los intereses y los derechos de Euskal Herria y de sus habitantes... En definitiva, están acusados de «terrorismo» por ejercer su labor política de manera pública. La acusación contra ellos es estrambótica incluso para el Estado español.

La cadena que une el caso de Espe y de Saioa muestra tanto la cerrazón del Estado español como la perseverancia con la que Euskal Herria busca la libertad.

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