Manuel Rico 2010/7/10
De naciones y necios
Público.es
El Tribunal Constitucional tenía una oportunidad histórica para aclarar el significado del concepto «nación». Pero en la sentencia sobre el Estatut se ha limitado a certificar un absurdo. A saber: que la nación española es «indisoluble», pero que al mismo tiempo «cabe la defensa de concepciones ideológicas que [...] pretendan para una determinada colectividad la condición de comunidad nacional» (pág. 468 de la sentencia).
Pues no. Resulta evidente que si la nación española fuera realmente «indisoluble», los independentistas vascos, catalanes o gallegos que reclaman para sus territorios el estatus de «nación» o la creación de un Estado propio, serían unos chiflados equiparables a quienes defendiesen que el sol gira alrededor de la tierra. O España es una realidad geográfica inmutable, y entonces los nacionalistas españoles no deben preocuparse dado que lo eterno no puede morir, o los límites del Estado pueden variar, y entonces la nación no es «indisoluble» en el sentido que le otorga el Constitucional (que en la práctica equipara «nación» con «Estado»).
(...) Negar la existencia de la nación española es de idiotas. Cualquiera que haya leído apresuradamente medio libro de historia, sabe que desde hace varios siglos existe en la Península un grupo con una cultura y un idioma común y la firme voluntad de compartir un destino. A estos efectos es irrelevante que alguien sitúe el nacimiento de la nación española en 1492, en 1711 o en 1812. Y tampoco es discutible que el núcleo esencial de dicha nación son las Castillas y Andalucía.
También es de común conocimiento que algunas naciones han tenido la voluntad y la fuerza suficiente para crear un Estado y otras no. Pero ello no obedece a ningún designio divino o a un misterioso derecho natural, ya que en ese caso siempre habría el mismo número de estados en el mundo, y cualquiera que sepa sumar concluye que no hay el mismo número de estados ahora que hace 40 años.
Por último, tampoco se necesita una cultura especial para entender que los límites geográficos del Estado español han variado de forma constante. El periodo más largo sin cambio de fronteras de España, desde el siglo XVI hasta ahora, es de 42 años. (...)
Claro que existe la posibilidad de que las fronteras no vuelvan a cambiar jamás. Sería una circunstancia histórica novedosa, porque rompería con una tradición de siglos, pero es cierto que el futuro no está escrito. (...) Pero es de necios sostener en serio que la configuración estatal concreta de una nación es «indisoluble». Aunque vistan toga.