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Fede de los Ríos

«La roja» y gualda. Dios mío qué pesadez

Ahora resulta que la identidad colectiva de la llamada nación española se concretiza en once sujetos con pantalón corto que se desviven, eso sí, en introducir una esfera en una especie de paralelepípedo. Y a nadie parece extrañar

España es una Selección de fútbol y cientos de miles de seguidores con aspecto protohomínido. España son unos medios de comunicación donde unos individuos de pocos escrúpulos y una escasa capacidad de raciocinio, oficiando de locutores deportivos, a la manera sacerdotal, declaman un repetitivo discurso propio de oligofrénicos acerca de las virtudes de lo que han venido en llamar «La roja». La furia española la llaman. Y gracias a ella la crisis económica ha desaparecido y la reforma laboral que el Gobierno en connivencia con la patronal ha impuesto contra no parece tan grave. Gracias a «la roja», la bandera del estanco, que dicen los catalanes, aquella insignia representación del nacional-catolicismo impuesta por el caudillo de España, aparece cada vez más en concentraciones y eventos deportivos. Perdida la Armada invencible, pareciera que muchos nostálgicos del Imperio español subliman sus delirios expansionistas en las proezas balompédicas de la selección de fútbol. «A pooor eeellos oé», gritan frenéticos y con el rostro desfigurado unos individuos, por lo general, varones. ¿A por quiénes? y ¿quiénes son «ellos»? La prensa más demagógica -abundante en lo que llaman España- titula «Lo que la política desune el fútbol lo une». La roja o rojigualda une a todos por igual, anula las diferencias de todos, patronos y obreros rugen al compás vitoreando al mismo equipo. Si antes era por el Imperio hacia Dios ahora resulta ser por el fútbol hacia el Comunismo. Y debemos de encontrarnos ya en él pues todo es fútbol. De lunes a domingo podemos empaparnos de las noticias del deporte rey (como le llaman) en cualquiera de los periódicos deportivos que se publican a diario. Lo único que leen algunos de los escolares. Deporte y fascismo siempre tan de la mano. Nada mejor que pantallas gigantes en las plazas para que los hombres se tornen enanos. Que canten y celebren confundiendo el triunfo de otros como suyo. Lo que aquellos cobran en un día no lo conseguirán a lo largo de toda una triste vida de trabajo. Que agiten la bandera del fascismo o cubran con ella sus espaldas. La amnesia histórica debe ser completa. Hay que vivir el momento, lo otro son rollos que no se entienden.

Tras largos años de Formación del Espíritu Nacional, del estudio de relatos épicos de los tercios de un imperio donde no se ponía el Sol. Ahora resulta que la identidad colectiva de la llamada nación española se concretiza en once sujetos con pantalón corto que se desviven, eso sí, en introducir una esfera en una especie de paralelepípedo. Y a nadie parece extrañar. Que el deporte resulta útil al poder es algo ya sabido. Conscientes de ello fueron tanto Hitler, Mussolini como Franco y los pobres no contaban con la televisión. Ahora de la expansión alienatoria del balompié no se libra hogar alguno. Cuando los héroes de los niños corren tras un balón y por eso son héroes, no es de extrañar que la inteligencia, esa capacidad de diseñar estrategias para la resolución de problemas, véase cada día más disminuida entre la especie humana.

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