Iñaki Aldekoa Procurador de Aralar en las Juntas Generales de Araba
Bada garaia
Somos muchos los que vemos como un importante paso adelante el Acuerdo del Euskalduna, a pesar de sus carencias y del riesgo de convertir lo del «polo soberanista» en un fetiche mediático
El acuerdo formalizado el domingo 20 de junio en el Euskalduna, a nivel mediático identificado como «polo soberanista», podría caracterizarse como el reencuentro de la izquierda abertzale oficial (ex Batasuna) y una parte del nacionalismo histórico (EA).
Es un reencuentro puesto que ya en Lizarra-Garazi, la izquierda abertzale en su integridad (EH y AB) había llegado a un acuerdo con las dos ramas del nacionalismo histórico (PNV y EA), además de con otras fuerzas defensoras del derecho a decidir (EB), para impulsar una estrategia democrática hacia la soberanía en un contexto de superación de la lucha armada de ETA.
La ruptura de la tregua del 98/99 por ETA dio al traste con Lizarra-Garazi, provocó la fractura de la izquierda abertzale y como segunda derivada generó el distanciamiento progresivo de las dos ramas del nacionalismo histórico hasta su divorcio actual.
En estos diez años transcurridos, cada una de las formaciones resultantes de la izquierda abertzale (Batasuna, AB y Aralar) y del nacionalismo histórico (PNV, EA, H1) hemos hecho nuestra particular travesía por el desierto en el contexto de una lucha armada residual y asimilada por el Estado español que la ha aprovechado para una contraofensiva contra el soberanismo y el independentismo vasco en general, cuyos resultados son la ilegalización de Batasuna y el asentamiento en el poder institucional de los partidos unionistas en los gobiernos de la CAV y la CFN.
Aunque sería simplista achacar exclusivamente la causa de este desastroso escenario político a la lucha armada residual de ETA, es innegable y está ampliamente asumido por la sociedad vasca, incluidas las bases sociológicas de la propia izquierda abertzale, que el accionar de ETA es, al día de hoy, un obstáculo absoluto para avanzar hacia la conquista de la soberanía y la independencia, por lo que a la crueldad y dolor que todo accionar armado produce hay que añadir su inutilidad. Sufrimiento estéril para todos.
Por todo lo anterior, el proceso de reflexión iniciado en la izquierda abertzale oficial tras el fracaso del proceso negociador de Loiola, una vez más desaprovechado por ETA, que ha dado lugar al replanteamiento unilateral estratégico de «Zutik Euskal Herria», así como los posicionamientos complementarios por parte de personas referenciales de ex Batasuna ha abierto una puerta al reencuentro y reagrupamiento de las fuerzas abertzales y nacionalistas, y, aún más importante, de las distintas «sensibilidades» de la propia izquierda abertzale.
La asunción por la izquierda abertzale oficial de la importantísima Declaracion de Bruselas y su petición a ETA para que a su vez acepte la propuesta de un alto el fuego permanente y verificable ha sido un paso aún más allá que el establecido por «Zutik Euskal Herria».
Lamentablemente, la anunciada contestación de ETA al emplazamiento de la Declaración de Bruselas y a la petición, en tal sentido, de la propia izquierda abertzale oficial se hace esperar.
En este contexto de esperanza y recelos tiene lugar el Acuerdo del Euskalduna. Que el documento tiene carencias en cuanto un pronunciamiento más explícito respecto a los DDHH, la pluralidad política y un llamamiento a ETA está fuera de toda duda, pero al mismo tiempo el hecho de que sus firmantes expresen formalmente que lo interpretan de «una forma abierta» así como que afirmen priorizar «el trabajo en común con otras fuerzas independentistas» nos invita a poner el foco más en su espíritu y su intención que en la letra de un texto manifiestamente mejorable
Otra crítica que se ha hecho al acuerdo del Euskalduna es que no tiene un contenido claro de izquierda, lo que, a mi entender, no es pertinente porque tal Acuerdo no es un intento de recomposición o reagrupamiento de la izquierda abertzale sino un reencuentro de una parte de la izquierda abertzale oficial con una parte del nacionalismo histórico y como tal está, en principio, abierto tanto al resto de la izquierda abertzale (AB, Aralar) como del nacionalismo histórico (PNV y H1) y otras fuerzas soberanistas (Alternatiba).
Es por todo esto que somos muchos los que vemos como un importante paso adelante el Acuerdo del Euskalduna, a pesar de sus carencias y del riesgo de convertir lo del «polo soberanista» en un fetiche mediático.
Esa constatación de que el Acuerdo citado no supone en sí mismo el comienzo del reencuentro de la izquierda abertzale dividida tras la ruptura de Lizarra-Garazi nos plantea otro problema previo que es el de las prioridades y el del camino a seguir en la acumulación de fuerzas soberanistas e independentistas en un futuro escenario de superación de la lucha armada. ¿Cuál es la prioridad política en ese escenario post-ETA, el reencuentro entre todas las fuerzas abertzales y nacionalistas o el reagrupamiento y reconstitución de la izquierda abertzale en toda su dimensión?
A mi entender, la prioridad está en el objeto fundador de Aralar de recuperación del proyecto de «izquierda abertzale política» que supuso con todas sus carencias y deficiencias pero con todo su potencial y riqueza Euskal Herritarrok; la prioridad sigue siendo la construcción, ahora después de la experiencia de los últimos 10 años y con la necesaria autocrítica por parte de todos, de la Nueva Izquierda Abertzale Política del siglo XXI.
Quizá pudiera avanzarse en paralelo en los dos frentes, en el de la construcción de esa Nueva Izquierda Abertzale Política y en el de los acuerdos tactico-estratégicos con otras fuerzas nacionalistas y abertzales o partidarias del derecho a decidir, pero de lo que no cabe ninguna duda es de que un primer reencuentro de Batasuna, Abertzaleen Batasuna y Aralar en un escenario irreversible de superación de la lucha armada sería la mejor garantía y el más potente motor político para que, a medio plazo, los acuerdos más amplios por la soberanía y la independencia fructificasen y, lo que es más importante, se consolidasen más allá de coyunturas tácticas o electorales.
Bajo esta perspectiva, los rifi-rafes entre agentes y fuerzas abertzales en iniciativas como la del Aberri Eguna de Hendaia o en la manifestación del día 10 de julio por la autodeterminación y en solidaridad con Catalunya son una lamentable pérdida de energías y de oportunidades para empezar un camino en común, para lo que necesitamos más confianza, más generosidad y menos pretensiones de liderazgos mal entendidos por parte de todos.
La construcción de la Nueva Izquierda Abertzale Política del siglo XXI es una larga marcha, pero que se empieza por dar pasos modestos para ganar confianza y empezar a trabajar en común.
Bada garaia.