Fede de los Ríos
El retorno al tedio
Acabose la fiesta sanferminera por estos lares y de nuevo volvemos a la previsible noria que es nuestra vida. Marchó la diferencia y vuelve la repetición. Eso que llaman vida democrática nuestras democráticas autoridades. Dicen ellas que la fiesta es como la revolución, si se prolongan producen vértigos y desasosiego. Hay quien dice, queridos, que mienten como cabrones. No lo creo yo.
Vuelta a movimientos automatizados en un tiempo y un espacio de sobra conocidos. Vuelta a comentar con el vecino en el ascensor, el calor, la lluvia o el frío que hace. Nos responderá que en la radio o la televisión han dicho que subirán o bajarán, tanto da, las temperaturas. Durante tantos años hemos sido incapaces de entablar otra conversación y, claro, el silencio resulta tan incómodo. Iremos al trabajo, lugar donde los seres humanos nos realizamos mediante prácticas interesantísimas que nos dan la alegría de vivir dignificándonos y alejándonos del pecado. Eso dicen los obispos. Por eso, como benefactores nuestros que son, dejan para nosotros, -su rebaño-, el disfrute del noble arte del trabajo. Una vida dedicada al sacrificio, la de los pobres obispos.
Una vez volvemos a casa de la jornada laboral, después de besar a nuestro marido o mujer y de preguntar a los niños por sus cuitas escolares y ser, con suerte, respondidos con lo primero que se les ocurra para evitar el seguir dando explicaciones, prepararemos e ingeriremos una frugal cena con la tele como fondo de pantalla. Nos aturdiremos, un poquito más, si cabe, con el informativo y los gritos de quienes salen por televisión y a la camita. Mañana será otro día... igual. Es lo bonito de la vida democrática, sin alteraciones que turben el espíritu. Fijaros en Ares y en su desbordante y democrática alegría por controlar la fiesta; aunque no trabaja se lo pasa de miedo con su costumbre de adular al poderoso, disciplinar al débil y encauzar el ocio de la plebe. Y eso siempre se nota. ¿Quién no lo querría de compañero de parranda?
Los fans de «La roja» también están aterrizando. Lo decía el latino, omne animal post coitum triste. Muchos de los del soy español, español, español, se han vuelto a juntar en las colas del INEM y, quizás ahora, preferirían ser holandeses aunque no fuesen «campeones». Por otra parte, todas las drogas no son iguales, y la marihuana siempre fue más creativa que el fúrbol. Entre Bob Marley y Manolo el del bombo no hay color. Por ello una es declarada de «interés nacional» y otra está prohibido su uso. Se ve que es por los jóvenes. Dicen que un joven fumao, aunque se ría, da mucha pena y uno vestido de futbolista con la cara pintada de rojo y amarillo, con montera en la cabeza, agitando una bandera con un toro y dando gritos repitiendo como un poseso que es español, español, español, resulta una visión alegre y edificante.
Quizás tan sólo se trate de darse cuenta de la brevedad de nuestra existencia y de la urgencia de su disfrute. No tenemos tiempo para aguantar los caprichos del Inquisidor. Lo pintaron en París: «Detrás de cada renuncia la reacción no prepara sino nuestra tumba».