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Mertxe Aizpurua Periodista

La isla misteriosa

Acabo de descubrir que hay un país único en el mundo. Un lugar sin parangón. Bueno, si no único y sin parangón, cuando menos, original. Una isla en medio del océano de la uniformidad, la homogeneidad y la similitud. Donde se concentra la diferencia. Donde acontecen fenómenos que no se manifiestan en el resto del planeta. Tal y como nos lo cuentan, no debe ocurrir en ningún otro lugar. O, al menos, no se habla tanto de ellos. En ese lugar es donde, hoy por hoy, pásmense, hay disidentes. Me temo que en exclusividad.

No es que el mundo esté cambiando; lo que cambia es el significado de las palabras. No importa que disidente, que viene de disidir, signifique sólo separarse de la común doctrina, y que no tenga que ver nada con quienes reciben dinero, asesoría, colaboración y orientaciones de un país ajeno para actúar contra el propio. Esto, en el resto del mundo, se llamaría traición a la patria. Pero si hablamos de esa isla misteriosa, se llama disidencia. Y los presos de allí son presos políticos. ¿Disidencias en el resto del planeta? No debe haberlas, ya que nadie habla de ellas. ¿Presos políticos? Sólo en ese lugar enigmático, donde las Damas de Blanco se pa- sean con fotos de sus familiares encarcelados.

El país en el que vivo -por poner un ejemplo cercano- es un país carente de estos misterios. Hay madres, claro, y hay presos, claro, pero aquí no se manifiestan con las fotos de sus hijos. Y no es que no sean guapos. Es que no les dejan. Porque no son disidentes. Aquí se les llama de otra forma. En el mundo de hoy, la única disidencia aceptada es la que refuerza el sistema. Ese sistema que gobierna el mundo y las palabras.

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