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Diez conclusiones para unos Sanfermines con sabor a fin de ciclo

Desde el Consistorio hasta los hosteleros, desde los incondicionales de las fiestas hasta los devotos del encierro, han coincidido en valorar los Sanfermines de 2010 con satisfacción y cierto alivio, dadas las preocupantes previsiones. Han sobrevivido a todo, de la crisis al acoso del Consistorio de UPN, pero se atisban numerosos elementos de fin de ciclo. El adiós de Yolanda Barcina supone una gran ocasión para empezar a reinventar la fórmula.

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Ramón SOLA

Como ocurriera el año pasado, tras el Pobre de Mí con que se cerraron los Sanfermines en la medianoche del miércoles han predominado los balances positivos. El Ayuntamiento, las peñas, los hosteleros, los vendedores, los feriantes, los corredores del encierro, la gran parte de las decenas de miles de sanfermineros de pro se declaran satisfechos relativamente. Tal conclusión tiene más que ver con las preocupantes previsiones previas que con los datos objetivos, que apuntan a un declive paulatino de la fórmula festiva sanferminera. Una cuesta abajo con varios factores: desde la usurpación política del equipo de Yolanda Barcina hasta los cambios en los modos de vida y, claro está, el impacto de la crisis económica.

Se pueden citar indicios para una reconversión que empieza a ser imprescindible y que seguramente pasa por algo tan simple como potenciar las señas de identidad:

1. Menos visitantes

Aquel viejo tópico de que Iruñea supera en Sanfermines el millón de habitantes nunca ha sido cierto, pero ahora resulta cada vez más inverosímil. El desplome en el número de visitantes se lee tanto en los datos de ocupación hostelera (en algunos establecimientos cayó a cotas inusitadas del 70% en los últimos días) como a pie de calle (poca gente ha dormido en jardines, en Estafeta se han quedado balcones sin alquilar para el encierro, en la A-15 registraron menos vehículos y en las villavesas menos viajeros...). Se percibe, además, que son muy pocos los que aguantan todos los Sanfermines, y predominan las visitas puntuales, que muchas veces se reducen a un día entero de «machaque», especialmente el día 6 y el fin de semana.

El encierro sigue manteniendo su «tirón» para este tipo de público -el porcentaje de corredores foráneos frente a locales no deja de crecer-, por lo que habría que revisar el resto del «menú» sanferminero. La «dieta» clásica de alcohol a mansalva y barra libre para desmadrarse en la ciudad parece tener cada vez menos adeptos en una sociedad que prima otro tipo de formas de ocio, más sanas, más individuales, más tecnológicas...

2. Menos gente de casa

Los datos de consumo «casero» también bajan se mire donde se mire. Un ejemplo, en la tómbola del Paseo de Sarasate se han vendido 200.000 boletos menos (un 9%). El éxodo, total o parcial, de vecinos de Iruñea en Sanfermines debiera ser un elemento de preocupación para un ayuntamiento preocupado en las fiestas y en su futuro. Sin embargo, esta vez tampoco se ha citado en el balance, seguramente porque ello obligaría a retocar un programa oficial muchas veces más propio de la Feria de Abril o de las fallas de Valencia que de las fiestas de Iruñea. Para ver dónde están las prioridades de la ciudadanía, sólo hay que recordar que los Sanfermines Txikitos de 1978, los más locales y populares, siguen siendo los mejor recordados por gran parte de la ciudadanía de Iruñea.

3. Las peñas dijeron «basta ya»

Los Sanfermines 2010 pasarán a la historia por el plante de las peñas ante el Ayuntamiento, con sus pancartas negras y su ausencia en la corrida del día 11. Una decisión de tal impacto, lógicamente, tenía cierto riesgo para los propios colectivos. No eran pocos los que dudaban de su plasmación efectiva o de su alcance. A la hora de la verdad, la medida ha sido plenamente secundada por los peñistas y plenamente entendida por el grueso de la ciudadanía, como demuestra la ausencia de incidentes y quejas contra las peñas. Éstas avisan de que los motivos siguen vigentes, por lo que el siguiente Ayuntamiento debería abrir otra era.

La protesta marca un antes y un después en la respuesta popular a los ataques al modelo festivo. Ha conseguido una réplica bien articulada que se echó en falta, por ejemplo, cuando UPN logró acabar con las txosnas al inicio de la década del 2000.

4. La usurpación de Barcina

Hubo un tiempo en que los ayuntamientos sucesivos acusaban a los peñas y otros colectivos de politizar los Sanfermines. Por contra, en 2010, en las duodécimas y últimas fiestas de Yolanda Barcina como alcaldesa, es el propio Ayuntamiento el que acapara esta acusación. El ejemplo más claro fue la carga policial del día 6, en pleno chupinazo, para impedir que se viera una ikurriña (testigos remarcan que las otras dos pancartas que aparecieron junto a ella -una por los presos y otra de Segi- no fueron perseguidas con tanta saña por los municipales, lo que resulta revelador de las fobias de UPN).

La omnipresencia de la alcaldesa, empeñada en utilizar cualquier acto festivo para su promoción personal, ahora como candidata a la Presidencia del Gobierno por UPN, ha sido criticada esta vez hasta por el PSN.

5. Un experimento españolizante

La traca final del polémico periplo sanferminero de Barcina ha sido el intento de explotar para su ideología españolista el filón del Mundial de Fútbol. A la alcaldesa le tocó la lotería con los dos partidos claves de España en dos días en que la ciudad estaba abarrotada de visitantes españoles (el 7, día grande, y el 11, domingo). Sin embargo, la proyección mediática ha sido mucho mayor que la social en el experimento (para la historia de la manipulación televisiva queda el momento en que todas las cadenas conectaron con Iruñea y dieron a entender que los fuegos artificiales que se veían al fondo eran por el triunfo de la Roja y no por los Sanfermines). Las banderas españolas de la Plaza del Castillo desaparecieron tan rápido como habían venido, las celebraciones se agotaron en minutos... y a Barcina casi nadie le hizo caso cuando, esperando quizás ser manteada como Del Bosque, se echó a la calle.

A la alcaldesa le queda ahora la factura del experimento: muchos le afean que ocupara la Plaza del Castillo para el show, que alterara el programa, y, sobre todo, que creara situaciones de gran crispación (¿qué hubiera pasado si el policía que pasó armado por la merienda de las peñas se lía a tiros?). Y a nadie se le escapa que algo así no se hizo ni en los años en que Miguel Indurain, en torno al cual sí había un consenso social total en Iruñea, dominaba el Tour y paralizaba los Sanfermines durante un par de horas.

6. La calle sigue mandando

La mala noticia para quienes quieren cambiar su cara a las fiestas es que la calle ha impuesto su ley festiva otra vez. En ese territorio imposible de controlar por la autoridad se han hecho notar las protestas contra la Corporación (la pitada del Pobre de Mí resultó estruendosa), la alegría insobornable de las peñas, el ambiente abertzale de Herriko Taberna-Arrano Elkartea (pese al intento de veto de sus conciertos) y la imaginación popular plasmada en actos como el «encierro de la villavesa», agredido de nuevo.

7. La juventud, con oferta propia

Como rito iniciático que son, los jóvenes han vuelto a sacarles chispas a los Sanfermines. Lo han hecho pese a la falta absoluta de oferta oficial para ellos, salvo que como tal se consideren las verbenas juveniles de la tarde o el recinto ferial. La autoorganización suple ese vacío, desde con Gazte Peña hasta con las bajeras.

8. Violencia, ¿peaje inevitable?

Cuando el día 8 el Ayuntamiento se felicitó de que en las fiestas estuviera habiendo «más luces que sombras», en Iruñea ya se habían producido tres accidentes muy graves en la fuente de Nabarreria, había una persona en la UCI por un botellazo en la cabeza (al parecer tras la carga del chupinazo) y se hablaba de otro herido por una puñalada en un supuesto ataque relacionado con el protagonismo dado a la selección española. En otros años hubo también escasa sensibilidad hacia hechos tan gravísimos como la muerte de Nagore Laffage a manos del joven de Iruñea José Diego Yllanes. O, salvando todas las evidentes distancias, con los muertos habituales por caídas desde la muralla. Pese a que la combinación de multitud, alcohol y fiesta sea siempre un cóctel imprevisible, reducir todo esto siendo una asignatura pendiente.

9. Algo se empieza a mover con los toros

La Feria del Toro sigue siendo la envidia de los aficionados de todo el mundo por sus llenazos diarios, pero este año ha habido algunas pequeñas noticias que reseñar: además del vacío en sol del día 11, algunas tardes se quedaron entradas en taquilla o en las manos de los reventas, y el día 7 un colectivo llamado Zezengorri realizó una protesta antitaurina inédita desde una perspectiva local, al margen de dinámicas foráneas como la de PETA. Para los detractores, una minoría en Iruñea se mire como se mire, las corridas han sido un recital de brutalidades: además de los 60 toros estoqueados, estremecieron la imagen del torero Francisco Marco con una oreja colgando o la de la cornada en el escroto a El Juli, y hubo también dos cogidas que pudieron ser letales a Padilla y Castella.

10. El difícil equilibrio del encierro

Para el final queda lo primero, el encierro, santo y seña de las fiestas y seguramente mayor garantía de la continuidad de la fórmula. Este año se confirmó que vive en un complejo equilibrio. Quienes conocen el Ayuntamiento por dentro saben bien la angustia profunda con que se vive cada carrera, sabedores de que en cualquier momento pudiera producirse tragedia masiva que, además del drama humano, ponga en peligro la continuidad de la tradición ante instituciones como la Unión Europea. Este temor justificado hace introducir retoques que rebajan riesgos (antes fueron las correcciones en la curva de Estafeta para evitar caídas, ahora la preparación de los cabestros para que tomen siempre la cabeza de la manada...). Sin embargo, para muchos con ello se va descafeinando el encierro, si es que tal cosa es posible.

Las fiestas de este año se recordarán por las pancartas negras de las peñas, pintadas con lemas como éste en favor de la libertad de expresión. En los días previos, el Ayuntamiento intentó presentar esta iniciativa como contradictoria con el espíritu festivo, pero luego las peñas han vuelto a ser las animadoras de las calles por excelencia, y la protesta se ha ensamblado perfectamente con la fiesta. La medida ha sido bien recibida por la ciudadanía, sin originar fricciones.

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