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Otro «alzamiento nacional» y el regreso del «espíritu de las ventas»

La victoria de la selección española de fútbol en el Mundial fue celebrada por muchas personas también en Euskal Herria. Pero con la alegría de los aficionados, se produjo además una exaltación del odio antivasco amparada por una demostración de quién tiene el poder y las armas. Recordó julios pretéritos.
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Cada cual puede animar a la selección que desee. Bueno, todos no. Por ejemplo, vascos y catalanes que quisieran animar a su propia selección no pueden hacerlo. Pero, por lo demás, en las calles de Euskal Herria hemos observado estas últimas semanas cómo españoles, colombianos, ecuatorianos, bolivianos y otros hispanos celebraban en las calles la victoria en el Mundial de «La Roja», ese sobrenombre inventado por los propios españoles para no tener que decir España. Curioso.

Y junto a la alegría de quien ha visto que su selección no sólo juega bien al fútbol sino que además gana un Campeonato del Mundo, el acontecimiento histórico -por inusual- también sacó a la calle el lado más impositivo y rancio del nacionalismo español, ese sentimiento antivasco y muchas veces ultraderechista. Los fachas de siempre, hoy demócratas de toda la vida, enarbolaban sus banderas y se hacían «rojos» por una noche. Y recordando la vieja consigna, se podía gritar aquello de «de día uniformados, al fútbol de incontrolados».

El pasado lunes, el Departamento de Interior hacía un repaso a los incidentes habidos la noche anterior, culpando en todos los casos de los mismos a quienes no festejaban la victoria española. Tal vez no sea del todo extraño, viendo el entusiasmos con el que en determinados foros de la Ertzaintza se celebraba el triunfo de España y se insultaba a quienes no compartían su alegría. También la Guardia Civil se sumó a la fiesta, y dos vehículos policiales se pasearon -jaleados por los aficionados rojigualdos- por las calles de Donostia con las sirenas encendidas y a gritos de «Viva España», «Campeones del mundo, señores, campeones del mundo» por megafonía.

Entre tanto, no se sabe que la Ertzaintza haya hecho nada con quienes plantaron dos banderas con un águila bicéfala fascista a la estatua de Celedón en Gasteiz. El mismo escudo, por cierto, que luce en su espalda el «miembro de las FSE» que se paseó entre los peñistas de Iruñea pistola en mano el pasado domingo. Dice -al parecer en su defensa- que iba a ver el partido de España en la pantalla gigante de la Plaza del Castillo y que le agredieron.

Otra de las imágenes que dejó la noche fue la de concejales, junteros y líderes del PP vizcaino, fotografiándose lustrosos con la estatua del lehendakari José Antonio Agirre, a quien colocaron la bandera rojigualda que Franco impuso tras su «Alzamiento Nacional» del 18 de julio. Algún columnista, de ésos que juega con el clásico 7 a la espalda, ya se preguntaba dónde estaban las banderas republicanas (las constitucionales en el 36) en las celebraciones de los últimos días.

Julio es mes de malos recuerdos. Los sentimientos masivos acaban corrompiéndose y transformándose en el más intolerante nacionalismo español. Y dura tiempo. Que se lo pregunten si no a Raimon, que quiso cantar en catalán en Las Ventas dos meses después de un aciago julio de 1997.

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