GARA > Idatzia > Iritzia> Gaurkoa

Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

Justicia o humanidad

El reciente desarrollo del Debate del Estado de la Nación (española) sugiere al autor del artículo un análisis que fija a los protagonistas como meros defensores de sus intereses políticos que han olvidado por completo al ciudadano «como destinatario final de la obra de gobierno». Entiende Alvarez-Solís que los estados son «prisiones donde la ciudadanía yace encerrada por los poderes» y defiende una visión humanista de la sociedad, que equipara a «edificar la humanidad sobre un restaurado suelo de igualdad y de libertad».

Dice doloridamente el sofista Trasímaco, en el traslado que de él nos hace Ferrater Mora, que la justicia es un modo de servir los propios intereses. Y añade para identificar a los que se atribuyen el protagonismo de la justicia: los poderosos son los fuertes; éstos hablan de justicia, pero, en rigor, quieren reafirmar y justificar su dominio sobre los demás miembros de la comunidad. O sea, que la justicia, tal como ha culminado su idea en la hora actual, ha devenido tiranía. Y en eso estamos. Trasímaco decía todo esto en la crisis del Siglo V antes de Cristo, en que el pueblo griego transitaba con sangre y esfuerzo de los tiranos a la democracia. Y en esto estamos, también. Los movimientos populares intentan superar la ley, como expresión de la justicia, para llegar al nuevo humanismo. Y los tiranos se resisten. Sí, en eso estamos. Pero a la par que se habla de la degeneración legal de la justicia se debe aclarar algo sobre el humanismo a fin de no contaminarlo con el populismo de los explotadores. En este sentido, parece claro que el humanismo no consiste en la práctica de un indecoroso proteccionismo vertical del ser necesitado sino en el reconocimiento radical de la dignidad del hombre.

Y ahora veremos cómo embutimos todo esto en lo que suscita el reloj.

¿Cómo puede definirse el reciente debate sobre el estado de la nación protagonizado por los Sres. Zapatero, Rajoy y los representantes de los demás partidos presentes en el Congreso? Yo creo que como ominoso. Nadie habló de la ciudadanía como destinataria final de la obra de gobierno sino de sus propios intereses, como clamaba Trasímaco. Intereses de poder, claro es. El humanismo, o sea, el interés por el hombre como ser digno, que eso tiene que ser el ciudadano, no estuvo presente en la Cámara. Incluso se hizo burla de él. El Sr. Zapatero llegó a decir, acorralado por sus contradicciones, que a los que clamaban que Catalunya era su nación «no podía tapárseles la boca», añadiendo a continuación que esta libertad para proclamar el nacionalismo catalán no obstaba a que jurídicamente no hubiera más nación que la española.

Es decir, sentó que los catalanes tienen derecho a su juguete. ¿Vale esto para que los catalanes verdaderamente tales cambien su dignidad por un mercado de cosas? Creo que no. Entre otras cosas, y buscando la mismísima realidad de lo cotidiano, porque esas cosas han de ser, y lo son, generadas por Catalunya, sin necesidad de buscar las migajas del banquete madrileño. Me refiero a una Catalunya libre y soberana. Vuelvo a preguntar: ¿hubo alguna manifestación clara contra esta frase del jefe del Gobierno español? Yo no la percibí. Y eso que el Sr. Zapatero acababa de hacer burla de su propia postura de sostener el Estatut catalán alisado por el Tribunal Constitucional en sus afirmaciones fundamentales. El presidente del Ejecutivo terminó por decir, nada menos, que Catalunya era simplemente un sentimiento entre turístico y multifiestero.

L a ley, con su torcida voluntad de justicia, no vale para resolver estas situaciones de colonialismo y de desprecio moral. Retornemos a un griego fundamental. Decía Aristóteles en su «Etica a Nicómaco» que «cuando los hombres son amigos no han menester de justicia». Todo está ahora corrompido por las leyes. Al fondo de ellas la enemistad es terminante. No hay voluntad de afecto comprensivo sino ansia insana de poder. Pero poder ¿para qué? Hay que buscar la clave de esta ansia. Si mi observación es correcta puede que la voluntad española de poder tenga mucho que ver con la propia supervivencia de la misma España. Yo ya no me pregunto si Catalunya y Euskadi son posibles sin España, sino que he convertido ese interrogante en su contrario: ¿es posible España -tal como quiere figurar en el concierto de las naciones- sin Euskadi y Catalunya? La cuestión verdadera creo que hay que abordarla por ese camino. Y es más, pienso que por una serie de creencias, alimentadas por cinco siglos de dominio español, una serie de vascos y catalanes sienten hacia España una atracción que tiene mucho que ver con su incapacidad para ver la potencia y posibilidades de sus naciones y su posible situación social en un territorio soberano y hasta ahora porción del gran queso hispano. Son vascos y catalanes con espíritu globalizado, con la sed de las grandes dimensiones geográficas. No se dan cuenta que el futuro vivible humanamente amanecerá en naciones que no estén disueltas en el humor revuelto del Estado hasta ahora tenido por moderno.

Una visión humanista de la sociedad exige, ante todo, dos dimensiones inexcusables: la recuperación de la etnicidad como seguridad para las emociones y reflexiones y la cercanía de la calle a la mecánica del poder político y económico. Washington, Bruselas y Madrid están muy lejos. La globalización mortificante ha de ser sustituida por un universalismo abierto y transparente venido de la convención entre iguales y del contraste generoso de capacidades. Los grandes Estados son las prisiones donde la ciudadanía yace encerrada por los poderes que solamente tienen una bandera conspiratoria. El nacionalismo es una aspiración que tiene la raíz muy honda. Pero ese nacionalismo exige determinación y no jugueteos con el yo-yo de ser no siendo. No es hora ya de jugar con «la roja» cuando necesita cada cual su propia camiseta. La responsabilidad ante el futuro es terminante en esta cuestión. En mi último libro de paradojas afirmo, y lo digo para mostrar la antigüedad responsable del propio convencimiento, que no se puede hacer la guerra para convertirnos en el enemigo.

Hablábamos al principio de esta modesta reflexión sobre humanismo, que es lo mismo que edificar la humanidad sobre un restaurado suelo de igualdad y de libertad. Pero ¿cómo convertir ese humanismo en una política triunfante? Hace unos pocos días inicié la lectura de una obra de la editorial Txalaparta que adquirí en la feria del libro de Donostia -«Tercer milenio. Una visión alternativa de la postmodernidad»- en la que su autor, magnífico, el escritor Juan Antonio Blanco, hijo de la revolución cubana afirma lo siguiente: «La reunificación del cristianismo y otros movimientos ético-religiosos con las fuerzas laicas que luchan por un cambio social cimentado en el humanismo es el reto ideológico y más grave que enfrentan los defensores del actual statu quo planetario. Nada puede temer más la injusticia que la unión de la gente decente frente a ella».

Es una vía más, y creo que muy eficaz, de convención entre ciudadanía de conciencia limpia y los que provienen de un marxismo sin sombras. Con ello se evitaría, además, que ese «poder tecnológico que hace hoy posible el futuro de liberación sea el instrumento de una cultura que nos conduzca hacia otros futuros, también posibles, de opresión».

Lo que parece evidente es que la justicia ya no es un valor ingénito que surja de lo profundo del espíritu para hacernos distinguir cabalmente entre el bien y el mal. Platón ha sido también depurado y yace en el fondo de su caverna. La justicia la han reencarnado en una zarza de leyes dictadas por la prevaricación moral. La legalidad se ha convertido en un cepo ideológico capaz de esterilizar, si no se le hace frente, todas las ideologías de cambio real de la sociedad. Los solemnes dirigentes que nos conducen con tanta insensatez como determinación hacia el despeñadero han decidido apropiarse de la idea de justicia mediante un uso inmoral de lo justo. Frente a ello no queda más salida a la gente decente que resucitar el humanismo que preserve la dignidad del ser humano.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo