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Patxi Larrauri Psicólogo

Extraordinario lehendakari

 

Esto no es un oficio para el ordinario Patxi Lopez, lehendakari que necesita España, sino un reconocimiento escrito a un preso vasco que ha cumplido 30 años de condena. José Mari Sagardui, que durante tres décadas ha superado todas las trampas de un centro especializado, empieza a preocupar a la pseudodemocracia, por no dar el perfil esperado después de tanto insistir. Ya se puede decir alto y claro, la monarquía española, amparada en su constitución, aún tiene miedo de los presos políticos vascos que saldrán en libertad tras muchos años de prisión. Después de constatar, producto de la frustración que les invade, que en estas fechas en Euskal Herriase quiere compartir lo que ocurre cerca y lejos de los presos, se han disparado algunas alarmas. Por lo que a mí respecta, la negación de la libertad y del perdón por treinta años a cualquier preso político, me ayuda a reflexionar y marca los pasos en mi imaginario de quien podría ser un extraordinario lehendakari, a pesar de las brigadillas anti-solidaridad que Rodolfo Ares ha desplegado militarmente.

Solo las convicciones de un extraordinario lehendakari permiten esquivar la renuncia a la vida contra la voluntad, cuando el trato degradante durante tres décadas se amplía a la familia, amigos y entorno carcelario, incluida la separación de presos comunes solidarios. Y se puede decir renuncia a la vida contra la voluntad, porque esta renuncia es casi la exigencia de ese trato que se practica fuera de la sociedad y que ha tenido que superar durante muchos años José Mari Sagardui. La contradicción flagrante de la cárcel en el Estado español se sustenta en la pretensión de convertirse en un centro especializado en oportunidades rehabilitadoras con la ayuda de voluntarios, beneficencia y una falta de constructos intelectuales explicativos del problema a corregir, sin poder dejar de ser en la realidad un centro degradante, donde se pone en marcha toda la maquinaria funcionarial con el intento de aniquilar física o psicológicamente, sólo por interés político, a los presos vascos. La pena capital no está contemplada con este nombre en el código penal, pero algo tendrá que ver la política carcelaria en las muertes intramuros que seguramente habrá visto José Mari Sagardui durante su condena y que sacuden las conciencias de presos, familiares y ciudadanos. Tampoco está contemplada la cadena perpetua, pero se aplica de facto en el Estado español mayoritariamente contra los presos políticos vascos, para convertirlos a todos ellos en víctimas de un apartheid político y social. A pesar de todo, se les disparan las alarmas, porque los presos han sabido esperar con prudencia y, lo que es más importante, mantenerse firmes sin profundas teorías. Y José Mari Sagardui lo ha superado durante treinta años en un periplo de cárceles alejadas de Euskal Herria, como lo superó Nelson Mandela durante los 27 años que duró su cautiverio en Sudáfrica .

Cuando amplios sectores del tejido social expresan su disconformidad sobre la situación que se vive cotidianamente contra la dignidad humana, en las cárceles del PSOE y del PP, tanto monta monta tanto, hemos de preguntarnos por qué los presos políticos vascos son víctimas durante tantas décadas de un sistema judicial que no perdona y que además odia la libertad. La realidad cotidiana que les afecta señala que se vive en territorio ajeno a las convenciones internacionales, donde se producen arrestos ilegales, tortura y desapariciones de personas que previamente han cumplido su condena. En definitiva, misiones inconfesables en manos de filibusteros que regularmente les encomiendan las autoridades políticas.

Con la experiencia vital de Madiba, como es llamado afectuosamente por los sudafricanos Nelson Mandela, y la de Gatza, coincidentes también en otros trágicos ítems carcelarios, encontramos la posibilidad de apreciar y sospesar lo que nos hace aptos para establecer una relación con una determinada persona. A pesar del apartheid, Madiba, que fue definido como terrorista por las autoridades e incluido como tal en las listas de la ONU, fue para miles de sudafricanos simbólicamente en su imaginario, su extraordinario lehendakari. Gatza con sus treinta años y semanas de encarcelamiento, genera al igual para miles de vascos una reflexión similar en el imaginario a nivel comunitario y colectivo.

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