Uno de los últimos caseríos de Bilbo difunde sus 200 años de historia para evitar el derribo
La familia que lleva más de 150 años habitando el caserío Etxezuri, los Lanzagorta-Legina, está embarcada en una difícil tarea: que Consistorio bilbaino y Ejecutivo de Lakua replanteen su proyecto para edificar cuatro torres de pisos en Txurdinaga. Tratan de que se preserve uno de los últimos vestigios del pasado rural de la antigua República de Begoña.
Agustín GOIKOETXEA
Los familiares de los octogenarios Tomás Lanzagorta y Carmen Legina viven unos días vertiginosos, tratando de explicar a las instituciones implicadas -Ayuntamiento de Bilbo y Gobierno de Gasteiz-, y a la ciu- dadanía en general, que hay otra alternativa a la destrucción de uno de los escasos vestigios del pasado rural de la antigua República de Begoña y, por extensión, del Botxo. El caserío Etxezuri es conocido también popularmente como Txakoli Legina por ser entre 1924 y 1980 lugar de encuentro de generaciones y generaciones de mahatsorris; aunque hay constancia de que ya un siglo antes, en 1813, era uno más de los txakolis que se levantaban en las laderas de lo que hoy son los barrios bilbainos de Otxarkoaga, Txurdinaga, Santutxu y Begoña.
De aquel pasado rural quedan pocos rastros y tan sólo repetidas citas históricas, a raíz de la progresiva urbanización en los últimos 70 años de las extensas campas que conformaban la República. Etxezuri ha sido en este tiempo un remanso de paz, roto momentáneamente en 1962 cuando el entonces Ministerio español de Viviendas les expropió para acometer el ensanche de Txurdinaga. Entonces se restó a la propiedad un 20% de los cerca de 20.000 metros cuadrados para trazar la carretera conocida ahora como calle Jesús Galíndez.
Los propietarios estimaron que la cosa se iba a quedar ahí y en pleitos en los tribunales, pero finalmente el Supremo español ha sentenciado que, aunque la expropiación de toda la finca «pudo ser injusta», no hay posibilidad de reversión. Así, los terrenos están bajo la competencia del Gobierno de Gasteiz, que pretende ahora impulsar una nueva operación urbanística en Txurdinaga, en colaboración con el Consistorio bilbaino.
En el pleno municipal del pasado 27 de mayo se aprobó la modificación del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) para permitir edificar cuatro bloques de 13 alturas, de modo que se recalificaron 18.702,77 metros cuadrados de suelo no urbanizable a residencial. El acuerdo permite la demolición del caserío Etxezuri, en el número 2 de Zubisiku Bidea, lo que ha puesto en alerta a los descendientes de Tomas Lanzagorta, de 88 años, y Carmen Legina, de 83. Han iniciado una campaña para tratar de preservar el edificio, que creen que se construyó a final del siglo XVIII, o principio del XIX, en un estilo neoclásico. «Es el último exponente en pie del típico modelo de caserío representativo de lo que fue el barrio en el siglo XIX», defienden.
«Su historia -añade Asier Beldarrain, casado con una nieta de los moradores de Etxezuri- está muy ligada a una actividad típica en el barrio en esa época. Desde comienzos del siglo XIX hay constancia de que ha sido zona txakolinera, y desde 1920, y durante más de cinco décadas, fue el Txakoli Legina, uno de los más famosos de Begoña». El nieto político de los Lanzagorta-Legina incide en que fue lugar de encuentro de «generaciones de begoñeses, que no sólo buscaban un momento de ocio, sino que también un lugar para debatir, discutir y expresar sus ideologías sin miedo a ser denunciados», especialmente en el franquismo.
La familia afectada defiende que no se derribe Etxezuri y para ello, entre otras iniciativas, han comenzado una recogida de firmas. Argumentan que la ubicación del caserío no impide el normal desarrollo del proyecto de promoción de vivienda pública, «siendo un innecesario despilfarro histórico-cultural para Bilbao deshacerse gratuitamente de él, como si nos sobraran elementos históricos en la ciudad y/o en el barrio».
Los afectados insisten en que este ejemplo del pasado rural, ubicado junto al Colegio Alemán, no supone un gran inconveniente para el diseño de las cuatro torres, de las que un par se destinarán a VPO en régimen general, con entre 94 y 144 pisos; otra será de VPO tasado, entre 48 y 72 pisos; y la cuarta la ocuparán equipamientos públicos en sus plantas baja y primera, y alojamientos dotacionales -66 viviendas- en el resto.
Los cuatro rascacielos configurarán una plaza urbana frente a Jesús Galíndez. Este espacio, que se convertirá en lugar de reunión para los vecinos, contará con juegos de niños, zonas de estancia y jardines con arbolado. Asimismo se mejorará la comunicación entre los barrios, de Arabella y Txurdinaga. La inversión inicial prevista por el Departamento de Vivienda de Lakua, en el año 2009, era de 22,5 millones de euros para toda la operación.
Existen 616 viviendas vacías
Entre quienes rechazan el derribo y respaldan a la familia los hay que se preguntan por qué hay que impulsar ahora este nuevo proyecto urbanístico cuando en la zona, según diversas fuentes, hay hasta 616 viviendas vacias. Además, se insiste en que el espacio que ocupa el caserío no obstaculiza, ya que de los 19.673 metros cuadrados en los que se contempla intervenir, según Lakua, 13.028,42 metros cuadrados serán para zonas verdes, espacios libres, jardines e itinerarios peatonales; es decir, el 66,22% de la superficie total del ámbito.
La alternativa que propone la familia afectada es que el plan de Lakua y Etxezuri pueden convivir, «son compatibles». Apuntan la posibilidad de que Tomás Lanzagorta y Carmen Legina puedan terminar su vida en la que ha sido su casa y donde disfrutan aún de la huerta, los frutales y las gallinas. Posteriormente, el caserío neoclásico quedaría como vestigio del pasado rural de la zona, integrado en la urbanización de promoción pública, siendo un equipamiento público más para el disfrute de los nuevos vecinos, que habría que caracterizar.