Diez años llevaba el belga Jaco Van Dormael sin colocarse detrás de una cámara. Tras «El octavo día», este siempre inquieto autor se ha tomado su tiempo para afrontar el que, hasta el momento, se muestra como su proyecto más ambicioso y arriesgado. Resulta muy complejo aportar ciertos elementos de apoyo para describir lo que el autor de «Totó el héroe» ha plasmado sobre la gran pantalla. Digamos que, en sus intenciones, podemos reconocer ciertas conexiones con propuestas tan atípicas como en su día lo fueron «La vida en un hilo», del genial y anacrónico Edgar Neville o la fascinante «El extraño caso de Benjamín Button», de David Fincher.

Siguiendo la estela de estas películas, «Las vidas posibles de Mr. Nobody» entra de lleno en esta tipología de filmes en la que el espectador se transforma en una especie de viajero emocional atrapado en una sugerente maraña de imágenes que le conducen a un lugar extraño, donde nunca funcionan los parámetros del espacio y el tiempo. Todo funciona a base de hipótesis, bifurcaciones constantes en las cuales el protagonista se ve obligado a reiniciar un encadenado de crónicas vitales ligadas a un personaje muy suculento.

Al siempre afectado Jared Leto le ha correspondido meterse en la piel de un hombre cuya rutina cambia por completo cuando, de repente, inicia una odisea temporal que lo traslada a un futuro en el que se ha convertido en el hombre más viejo del mundo. Más allá de este original punto de arranque, el filme se muestra como un auténtico torrente de imágenes que, por momentos, puede avasallar a un espectador que ha de saltar del melodrama a la ciencia ficción. Por ello, no resulta extraño que, en muchas fases de este inteligente ejercicio cinematográfico, parezca que nos encontremos inmersos en uno de esos relatos imaginados por Philip K. Dick. No se le puede achacar a Van Dormael falta de valentía, porque apuesta claramente por subvertir los espacios y crear una indeterminaba atemporalidad, en la que el espectador queda irremediablemente atrapado.