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CRíTICA cine

«El silencio de Lorna»

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Koldo LANDALUZE

En los silencios de Lorna se intuyen las congojas y padecimientos de un sector social malparido por la actual coyuntura global europea. A los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne habría que agradecerles su empeño por revelar la cara silente y olvidada de un microcosmo humano que persevera por sobrevivir en el escaparate artificial de una Europa-Matrix en la que nada aparenta ser lo que es. En la trastienda europea existen personas cuyas manos muestran las cicatrices provocadas por su obstinación a aferrarse a clavos ardiendo y Lorna es una de ellas; una joven albanesa, residente en la aparentemente idílica Bélgica, cuyo gran sueño consiste en montar un bar junto a su compañero. El sueño se torna en pesadilla cuando se ve en la obligación de vender su alma a un gángster de poca monta que planeará una boda de conveniencia entre la protagonista y un mafioso ruso.

El thriller, en su estilo más seco y contundente, es el mejor vehículo estilístico a la hora de ahondar en el drama cotidiano de quienes están obligados a hacer constantes equilibrios sobre la cuerda floja y los Dardenne apuestan por su habitual estilo a la hora de desempolvar las miserias de una conducta social que reniega de los cuentos de hadas y las buenas intenciones atrapadas por una cámara aséptica que, debido a su factura técnica, puede resultar extremadamente distante. La crudeza y la ternura se aúnan dentro de una trama bien hilvanada en la cual los autores de películas como “Rosetta” incluyen elementos elípticos que sorprenden por su tacto e ingenio o cual dota de cierto empaque creativo a un trabajo que en momento alguno reniega de los parámetros del cine negro.

Arta Debroshi es la encargada de meterse en la piel de una superviviente nata que hará todo lo que esté en sus manos por lograr la tan ansiada ciudadanía belga. Junto a ella, actores tan habituales en la filmografía de los Dardenne como Jérémie Renier, Olivier Gourmet y Fabrizio Rongione aportan el obligado contrapunto a este fresco contemporáneo que únicamente tiene cabida en la crónica negra.

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