Los aficionados al cine de terror gore están de enhorabuena, porque por fin se estrena una película que de verdad atrapa y regenera el espíritu del subgénero ochentero. La habilidad del noruego Tommy Wirkola consiste en convertir los tópicos en reglas obligadas que hay que cumplir, al menos de entrada, pues luego ya se encargará bien de dinamitarlas. El juego referencial lo introduce mediante la figura del gordito cinéfilo, un «freak» que viste la camiseta de «Braindead», que es como llevar un letrero luminoso de señalización. Además, las primeras conversaciones banales del grupo de excursionistas, antes de que dé comienzo la carnicería, aluden a Sam Raimi y «Evil Dead», y se menciona también una rareza de Fred Walton, que aquí se tituló «Inocentada sangrienta». El resto de compañeros no poseen el mismo grado de conocimiento fílmico, así que sale a colación «Viernes 13». Pero las bromas cinéfilas suben definitivamente de tono, cuando un extraño habitante de los fiordos llega a la cabaña y les habla de los nazis que saquearon el lugar comandados por el Coronel Herzog.

Teniendo en cuenta que la anterior realización de Wirkola fue una parodia de «Kill Bill!», y que ahora prepara otra de «El proyecto de la Bruja de Blair», habrá que admitir que esto de darle la vuelta al cine norteamericano desde la perspectiva de un rompedor humor nórdico es lo que real y definitivamente le va. «Zombis nazis» es visceralmente divertida en el sentido más literal, porque convierte la violencia en un puro truco teatral motivo de risotadas, un festival de vísceras y desmembramientos de muñecos de pega. Las cabezas se abren como melones, pero lo mejor de todo son las amputaciones, perpetradas en su propio organismo para librarse de la mordedura zombi por los jóvenes campistas, que para algo quiere el guión que sean estudiantes de medicina. Hay uno de ellos que gracias a esta orgía de sangre supera su miedo a los cortes y heridas, por lo que en el futuro podrá ser un cirujano de provecho.