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Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

El desprecio

Lo que quizá indique de modo más evidente y terrible la situación de ruina de un modelo social sea la conversión de los seres humanos en objetos de compraventa. El ser humano ya no existe como tal y es sólo un elemento más del capital, que dispone de él de un modo sanguinario. No deseo que esta calificación de «modo sanguinario» sea considerada como un exceso retórico. Lo que se hace con los trabajadores es exactamente sanguinario. Se les trata como una máquina que no tiene siquiera el valor de su fabricación, como se calcula con infinito cuidado con el resto de las herramientas que no tienen sangre ni espíritu.

El trabajador se hace a sí mismo en un proceso de reproducción hacia el que no se guarda consideración alguna. Poco a poco el trabajador va resignándose a su papel de producto de uso y acaba por adorar de rodillas al gran homicida. Los poseedores del capital se rodean además de un cinturón de intelectuales, de universitarios, de expertos, de jueces, de políticos y de gente armada emborrachada de ley y de bandera cuya única misión es justificar el gran crimen del paro y de la humillación como si se tratase de un proceso sacrificial impuesto por la razón absoluta, por una lógica inevitable. Es más, cuando alguien levanta su cabeza contra el crimen se convierte en el criminal. ¿Esta queja es simple? Pues claro. A la queja suele sobrarle literatura. Como le sobra a la revolución cuando resulta absolutamente necesaria. Los animales de la granja a veces muerden frente a la ley que les degüella. Dios sea loado. In sa Allah.

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