Maite Ubiria Periodista
Política de alcanfor y aroma de cambio
Lo que les cuento sucedió en Biarritz, pero podría haberse producido en Antibes, a la sazón la localidad en que la UMP celebró sus anteriores jornadas parlamentarias.
En los accesos a la sala Irati se suceden las patrullas policiales, los paseantes con pinganillo y las barreras para ordenar las parroquias: periodistas por aquí, políticos por allá. El restaurante, los lavabos... las necesidades básicas contribuyen a crear oasis en los que las dos especies se cruzan por mutuo interés.
Las cosas de verdad pasan fuera del perímetro de este palacio de vanidades. En el asfalto resuenan los pasos de ciudadanos que se manifiestan, una y otra vez, serenamente, con una paciencia agotadora, para tratar de impedir la voladura del sistema de protección social.
En el congreso, los privilegiados hablan de seguridad, y el premier francés, François Fillon, llama a esa misma sociedad a la que no escucha en su grito de justicia a luchar juntos... contra la delincuencia.
Observo al ministro Woerth, manchado por el caso Bettencourt, la evasión fiscal, el trato de favor... sentado en primera fila, ni pestañea cuando su jefe evoca una actividad en la que, según revelaciones de prensa, sería alumno aventajado.
La sala congrega a las más altas autoridades del Gobierno, del Parlamento, de la República inmutable. Para todos reparten loas, por mucho que en la calle lluevan chuzos de punta.
Los hombres y mujeres del poder visten de negro. Traje impecable, cartera o bolso de marca, gemelos y broches centelleantes, accesorios refinados y peinados cuidados, teléfono portátil de última generación.
La élite política se refugia por unas horas en un moderno palacio para someterse a un particular curso de autoafirmación. Y el escenario acompaña. Sólo el cartel del estrado indica que esto es Biarritz. Y los garitos en los que diputados y periodistas arrostran las horas nocturnas del cónclave derechista no ayudan, a buen seguro, a marcar diferencias respecto a otros escenarios.
Aeropuerto, coche oficial, congreso y camino a la inversa. Fillon y su séquito se van sin tomar el pulso a este país que avanza a pesar de quienes lo niegan desde tiempos y despachos lejanos. Con menos prisas y más interés habrían percibido un agradable aroma de cambio en Euskal Herria. Nada que ver con su política de alcanfor.