El incidente desagradable, sintomático, de la expulsión de los gitanos rumanos de Francia, la intervención de una comisaria recriminando en nombre de los propios tratados de la Unión Europea esa actitud obvia de discriminación xenófoba y la posterior réplica de los veintisiete mandamases solidarizándose con Sarkozy nos colocan los focos sobre una realidad asfixiante: la insolidaridad, el retroceso hacia ideologías donde la intolerancia se justifica con palabras huecas, el crecimiento de las posturas de extrema derecha no como una expresión periférica, sino estructural. Y sin matices. El mayor peligro.

Visto este desagradable episodio en secuencias de los noticiarios televisivos, la confusión debe haberse instalado en el centro neurálgico de la ciudadanía más activa. Hay palabras incendiarias y gitano, que es una bella manera de ser y estar en el mundo, despierta inmediatamente los subconscientes más retrógrados de una amplia capa de la población. Si a ello, actualmente, se le añade rumano, las alarmas se disparan de una manera imprevisible. Y si los políticos agitan esas brasas para provocar incendios que les coloque como defensores de unas esencias patrias, un modelo de sociedad donde prevalece la seguridad, el desastre está asegurado. Porque además de a los miles de expulsados por la República francesa, el estigma se convierte en peligro generalizado, ya que instaura la discriminación racial, étnica, hasta entre los propios ciudadanos europeos.

Es la Europa más insolidaria, más reaccionaria, que va perdiendo todos sus valores fundacionales y que nos sitúa ante la imprescindible necesidad de mostrarse no solamente escéptico, sino activista para defender los valores más progresistas, porque si de algo debe servir ese aparato institucional llamado Unión Europea, es para garantizar libertades personales y colectivas, no los privilegios de unos sobre otros. Tarea que ahora mismo parece imposible de lograr, por lo que el desafecto hacia este monstruo burocrático va a crecer de manera imparable. Y con muchas razones para desmarcarse de algo que no se entiende y que se siente tan alejado de nuestra vida cotidiana.