La productora Isona Passola encargó a Agustí Villaronga la adaptación de la novela de Emili Teixidor «Pa negre», y el cineasta mallorquín añadió a la película resultante elementos de «Retrat d'un assassí d'ocells», otro libro del mismo autor que ahonda en las dificultades vivenciales durante el período de la posguerra en Catalunya. De esta forma, Villaronga hace suyo un texto ajeno, gracias a que se presta al tipo de obsesiones que contiene su cine, relacionadas con la perversión de la niñez por parte de los adultos en ambientes hostiles marcados por la guerra o la violencia.

Esto último lo plasma en «Pan negro» mejor que en ninguna de sus anteriores películas, mediante un ritmo narrativo que nunca decae y que le lleva directo al contundente desenlace de una historia compleja y con muchos personajes, a cada cual más atractivo y misterioso. Ahora bien, la perspectiva que predomina es la de los niños, lo cual abre una puerta a la dimensión fantástica del relato, sin que su trasfondo crudamente realista nunca se pierda de vista. Todo viene a ser un proceso que muestra al detalle cómo se corrompe a un niño dentro de un régimen totalitario, bajo el que los mayores no son libres y se ven obligados a mentir y traicionar sus ideas para poder sobrevivir.