Iñaki LEKUONA I Periodista
Un perfume hediondo
Cuando en 1828, a un paso del Louvre, monsieur Guerlain abría una boutique de perfumes, no podía ni soñar que su nombre acabaría aromatizando la moda parisina durante más de siglo y medio. Su lema, «la gloria es efímera, sólo el renombre permanece», se ha convertido en profecía. Hasta anteayer, cuando uno de sus descendientes, Jean-Paul Guerlain, sorprendió a todos con un fuerte olor a rancio, un hedor propio de aquella época en la que en los muelles del Sena desembarcaban esclavos apresados en el corazón de África.
Retirado del mundo de las fragancias tras vender su firma al emporio Vuitton, el antiguo patrón de la casa Guerlain aceptó destapar el tarro de sus esencias vitales en la televisión pública francesa. Y aquello apestó. Preguntado sobre cómo surgió la idea de crear uno de sus aromas más conocidos, Samsara, Jean-Paul Guerlain afirmó: «Por una vez, me puse a trabajar como un negro. No sé si los negros trabajaron tanto alguna vez, pero en fin». Como la risita de la entrevistadora tampoco ayudó a que el ambiente fuera respirable, este septuagenario de pelo cano y sonrisa amable ha decidido presentar sus excusas, no se sabe si por mandato de su conciencia o porque los nuevos patrones de la firma temen un boicoteo que marchite su negocio. En cualquier caso, en sus excusas, monsieur Guerlain ha dejado claro que él ya no tiene nada que ver con los frascos que llevan su nombre, que ya ni es accionista ni trabajador, aunque de lo segundo él mismo siembra dudas de que lo fuera alguna vez. Y si como enunció su antepasado, lo único que permanece es el renombre, el de Guerlain ha quedado en el aire, como un efluvio hediondo, no se sabe si efímero.