Fernando Llorente ha sido el hombre de la semana. Lejos de Bilbo por sus goles con la selección española y la agotadora ración de rumorología. En casa, por el temor a que un jugador determinante acabe dejándose seducir por los cantos de sirena y por si su concentración se veía afectada. Ni siquiera falta el que ha dudado del compromiso del jugador. Llorente ya había respondido en sala de prensa a su regreso a Lezama y ayer zanjó la cuestión con su actuación frente al Zaragoza. Puede que el chaval se sienta feliz defendiendo la camiseta rojigualda, así es la vida, pero si hay unos colores con los que siempre ha demostrado sentirse identificado son el rojo y el blanco. Igual que Ander Herrera con el blanco y el azul. El centrocampista, noticia siempre que pisa San Mamés, nunca ha ocultado su cariño por el Athletic -no tanto como para forzar su traspaso cuando tuvo la oportunidad-, pero menos aún su zaragocismo absoluto. Seguro que si algún día firma en Ibaigane lo dará todo por su nueva camiseta..., como haría con el Inter o el Sevilla. No sería el primer caso, incluso hay alguno en la plantilla actual, ¿pero es suficiente para un club en el que la identificación debería valer tanto como la profesionalidad?