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Francismo Letamendia Profesor de la UPV-EHU

Los Pirineos y el altiplano andino, una mirada comparativa

En compañía de esta gente, uno se da cuenta de cuán profundamente ha moldeado el individualismo occidental nuestro modo de ser. Pero cómo no solidarizarse con estas gentes que superando inconmensurables agravios históricos y dificultades ambientales se aferran a su lengua, a su identidad y cultura. Y cómo no sentir que pese a los insalvables contrastes entre una sociedad básicamente rural y nuestras sociedades urbanas existen parecidos entre ese pueblo aferrado a lo suyo en las mesetas altiplánicas y el nuestro

Los Pirineos y el altiplano andino son dos mundos diversos. El miércoles y jueves 20 y 21 de octubre tendrán lugar en la sala Kirol Etxea del Estadio donostiarra de Anoeta unas Jornadas Andino-Pirenaicas patrocinadas por el Departamento de Deportes y Acción Exterior de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Una decena de investigadores peruanos, catalanes y vascos expondremos en las conclusiones provisionales de un proyecto de investigación sobre relaciones transfronterizas en los Pirineos y los Andes aprobado por la Secretaría de Acción Exterior del Gobierno Vasco.

En los Pirineos, la cooperación transfronteriza fomentada por la Comisión Europea se superpone al sistema secular de comunicación inter-pirenaica y la existente en los dos polos catalán y vasco, que comparten sentimientos de pertenencia a ambos lados de las fronteras

El trabajo de campo realizado de abril a julio de este año en los territorios circundantes del lago Titicaca nos ha llevado a algunos de nosotros a recorrer, comprender y apreciar uno de los lugares más fascinantes de la tierra, donde vive un pueblo, los aymaras, que dentro de una desemejanza radical presenta algunas características que a mí al menos me recordaban a los vascos.

El lago Titicaca, de belleza onírica y situado a gran altitud (3.850 metros sobre el nivel del mar), tiene una longitud máxima de 194 kilómetros. y una anchura media de 65 kilómetros, conteniendo más de 40 islas. Sus territorios ribereños presentan un carácter predominantemente agropecuario: producción de papa y quinua, y cría de alpacas y llamas, así como de ganado ovino y bovino. Se encuentran inmersos en la cultura aymara, la cual comparte con la quechua una misma cosmovisión andina basada en la relación horizontal con la naturaleza, o pachamama (nuestra Ama Lur), y el colectivismo participativo y la reciprocidad, en claro contraste con la cosmovisión occidental de dominio de la naturaleza y de individualismo.

Los aymaras habitan en las fronteras de Perú, Bolivia y Chile, y su situación es muy diversa en los tres países. En los años 90 se calculaba el número de aymara-hablantes bolivianos en 1.230.000 personas; en Perú son algo más de 300.000; en Chile son unos 50.000 diseminados en las regiones de Arica Paricanota y Tarapacá. Los aymaras se diferencian de los quechuas por su concentración territorial en torno al lago Titicaca, por su intensa actividad comercial (que se transparenta en el dinamismo de sus ferias locales e internacionales), por las fuertes tasas de emigración (si bien los «residentes», nombre que reciben los emigrantes, no pierden su vinculación con sus comunidades de base), así como por sus más altos niveles de movilización y conciencia identitaria. Los territorios citados son altamente periféricos en Perú y en Chile respecto a los respectivos centros estatales; por el contrario, se vinculan en Bolivia con la gran concentración urbana de La Paz y El Alto, situada en el altiplano, estando formada la población indígena de La Paz a partes iguales por quechuas y aymaras

Si se exceptúan las ciudades de Puno y Juliaca en la región de Puno, y sobre todo La Paz y El Alto en Bolivia, en estos territorios predomina fuertemente la sociedad rural sobre la urbana. Pese al sistema de la mita durante el Virreinato, trabajo forzoso de los indígenas en las minas de plata de Potosí, a la extensión del gamonalismo latifundista favorecida por la comercialización de la fibra de alpaca en el siglo XIX, y a las reformas agrarias de Bolivia y Perú en los años 50 y 60, siguen siendo perceptibles las huellas del ayllu pre-hispánico (jatha en aymara) en la configuración de las unidades de base del trabajo campesino, y de la marka como agrupación de ayllus, o jathas.

Ello se refleja en una cohesionada organización social campesina en la que las asambleas y las autoridades nombradas por ellas (tenientes gobernadores, mallkus, o ponchos rojos), conviven con diferentes niveles de sintonía (con tendencia a la conflictividad en Perú, más consensuadas en la Bolivia actual) con las autoridades locales.

Las duras condiciones climáticas (drásticos cambios de temperatura a lo largo del día, heladas, inundaciones), unidas a la precariedad de las condiciones productivas agropecuarias (graves déficits en los sistemas de riego, semillas, fertilizantes, maquinaria) convierten la actividad de la mayor parte de estas comunidades campesinas en un trabajo de supervivencia

Si se suma a ello el bajo nivel de los indicadores de la calidad de vida -escasez de hospitales y centros de salud, con altas tasas de mortalidad infantil, ausencia generalizada de pavimentación en las zonas urbanas, difícil acceso al agua potable y al uso de la electricidad, niveles preocupantes de analfabetismo, falta de canalización de los residuos urbanos y rurales con graves consecuencias sobre el medio ambiente y la contaminación del Lago Titicaca-, se comprenderá la extensión de la extrema pobreza en estos territorios rurales (en la región peruana de Puno, la tasa de pobreza es del 67,2%, y la de la extrema pobreza, del 29%).

Estas condiciones suponen un lastre para las portentosas potencialidades de la zona para el turismo, con un rico folklore participativo, llena de restos arqueológico y de lugares de belleza mágica, Chucuito, Juli, Pomata, Yunguyo y las islas Flotantes, Taquile, Amantani, en la parte peruana, y Copacabana y las islas del Sol y de la Luna en la boliviana, por no hablar del grandioso centro monumental de Tiwanaku a medio camino entre Desaguadero y La Paz, centro de un milenario Imperio altiplánico que se extendió por los Andes antecediendo al Tahuantinsuyo inca centrado en Cusco.

Pero no son territorios pobres, sino empobrecidos. En las comunidades campesinas, donde no se conoce la figura del ocioso, se trabaja en las actividades comunitarias de sol a sol, con una fuerte y universalmente aceptada disciplina colectiva, a partir de decisiones adoptadas por los cabezas en familia que no son válidas si no las consensúan sus mujeres. En los centros urbanos, el dinamismo del omnipresente micro-comercio es impactante.

La actividad comercial de las ferias locales e internacionales, protagonizadas sobre todo por las mujeres de las comunidades, es intensa; especialmente las ferias semanales internacionales que tienen lugar en Yunguyo y los dos Desaguaderos, siendo estas últimas poblaciones la vía principal del tráfico comercial entre Perú y Bolivia. El contrabando se estima en más del 30% de todo el comercio de las zonas limítrofes. Pero debe distinguirse el micro-contrabando, fruto espontáneo del intercambio de productos locales entre las comunidades de uno y otro lado de la frontera, del gran contrabando de mercaderías electrónicas, de electrodomésticos, de automoción, bienes procedentes muchos de ellos de los puertos francos de la costa chilena que penetran en Bolivia y descienden desde allá a Perú. Gran contrabando que se lleva cabo a través del sistema de «la culebra», convoyes de dos o tres docenas de camiones que circulan con frecuencia por trochas propias en itinerarios conocidos por todos. Lo que se debe finalmente a que, pese a la centralidad del altiplano como lugar de enlace sudamericano entre el Océano Atlántico y el Pacífico, subsiste el carácter periférico de estos territorios respecto a las grandes vías de comunicación -carretera transoceánica, vías férreas- que comunican las costas de ambos océanos en Sur-América.

En compañía de esta gente, uno se da cuenta de cuán profundamente ha moldeado el individualismo occidental nuestro modo de ser. Pero cómo no solidarizarse con estas gentes que superando inconmensurables agravios históricos y dificultades ambientales se aferran a su lengua, a su identidad y cultura. Y cómo no sentir que pese a los insalvables contrastes entre una sociedad básicamente rural y nuestras sociedades urbanas existen parecidos entre ese pueblo aferrado a lo suyo en las mesetas altiplánicas y el nuestro. Pues finalmente tenemos mucho que aprender, nosotros de ellos y ellos de nosotros, los vascos.

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