Huelga hasta la jubilación
La protesta contra la subida de la edad de jubilación en el Estado francés está adquiriendo tal escala que no son pocos quienes hacen paralelismos con Mayo del 68. Ciertamente la combinación de una fuerza sindical que se ha mantenido unida, la implicación de trabajadores de sectores productivos tan sensibles, entre otros, como las refinerías y depósitos de combustible o el transporte viario y ferroviario, y la irrupción con fuerza de los jóvenes y estudiantes han dado a la protesta una amplitud que transciende ya lo sindical para plantearse en términos de modelo social. Iniciada en junio, Sarkozy contaba con el factor tiempo, con que la fatiga en la protesta fragmentaría el movimiento. Nada más lejos de la realidad. Resulta revelador ver ayer al Gobierno pidiendo a la población que no tenga pánico y consiguiendo lo contrario. Las escenas de pánico en el abastecimiento no se hicieron esperar.
No deja de ser irónico que un 65% de la gente apoya la reforma de jubilación y un 70% la acción de protesta. ¿Contradictorio? No solamente. Nicolas Sarkozy, un presidente hiperactivo y con una bulimia de poder desmesurado, ha dividido y antagonizado hasta tal punto la sociedad que la protesta social puede considerarse como una válvula de escape del enojo contra el sarkozysmo en su conjunto. La expulsión de romaníes, el debate sobre la identidad nacional, la introducción de la cultura del beneficio en los servicios públicos, los recortes sociales... no son ajenos a la amplitud de la protesta. Sarkozy ha construido una narrativa neoliberal para justificar sus medidas: las pensiones más «privilegiadas» de Europa, los servicios públicos más «inflados» y menos horas de trabajo que hacen la economía «no competitiva». Añade a ello la demografía como problema irresoluble. A saber: población más vieja, menos hijos e hijas, menos trabajadores cotizantes. Pero en el modelo de Sarkozy sólo los ricos se hacen más ricos. Y su problema es que la gente se ha dado cuenta de ello.
«Huelga hasta la jubilación» gritan los estudiantes. El rapport de force enfrenta al poder de la gente y el poder del mercado. Y lo primero es, siempre, la gente.