CRÍTICA clásica
Bienvenida a Bilbo, Susannah
Mikel CHAMIZO
ABAO ha vivido un hecho de cierta importancia histórica al programar, por primera vez en el Estado español, la “Susannah” de Carlisle Floyd, una ópera muy representada en los EEUU incluso en teatros de ópera pequeños, gracias a que no exige recursos escénicos demasiado imponentes y a que, al margen de su hermosa música, como teatro funciona magistralmente bien, con una recta final de ésas que te mantienen con el corazón en un puño. En ABAO pudimos descubrirla, además, en una producción de la Lyric Opera de Chicago y la Gran Opera de Houston que ha gozado del aprecio general en tierras americanas y que ha llegado incluso al escenario del Metropolitan de Nueva York. Las claves de esta producción son la sencillez y la falta de pretensiones personales de su director, creando una dinámica escénica que permite sobrellevar los constantes cambios de escenario, que aporta profundidad dramática y poesía mediante aspectos como la iluminación y que, actoralmente, es de una concisión y efectividad excepcionales. Las escenas de grupo, como el sermón en la iglesia, cobraron una gran intensidad gracias a recursos de oficio muy bien empleados, pero lo realmente reseñable fue la construcción de los personajes. No sé cuánto del director de escena y cuánto del actor hubo en el Olin Blith de James Morris, pero fue uno de los personajes más creíbles que he visto en una ópera, con su mezcla de santurronería y verbosidad tan característica de los predicadores americanos.
«Susannah», sin embargo, es ópera de un personaje, el que da título a la obra. Era la primera vez que Latonia Moore hacía de Susannah, pero fue una creación que nos emocionó. La evolución psicológica del personaje desde una inocente jovencita a una mujer que se superpone a las peores tragedias transmitió empatía y ternura en sus manos, y además su canto estuvo a un gran nivel, como lo estuvo también en el resto del plantel, destacando a Stuart Skelton, que hizo de Sam, el amoroso y alcohólico hermano de Susannah. Lo único que no convenció en esta función fue la parte orquestal. Mauceri es una gran especialista en la música norteamericana, pero no consi- guió que la Orquesta de Euskadi sonara con el brillo, el vuelo lírico y la contundencia rítmica que asociamos con este repertorio. Ni la OSE funcionó como la seda ni Mauceri parecía tener ideas excepcionales que transmitir. Fueron el aspecto que tiró hacia abajo del nivel de una representación, por lo demás, más que notable en todos los aspectos.