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Amparo Lasheras Periodista

Con ellos y por ellos, resistiremos

La autora se sirve del comentario de «propaganda política» que le hicieron por utilizar las palabras independencia y socialismo, que supuestamente apartaban sus artículos de cualquier «objetividad o calidad literaria», para analizar la redada contra Segi y, coincidiendo con Pío Baroja, afirma que Euskal Herria tiene «mucho que decir».

El cuarto domingo de cada mes ustedes y yo tenemos una cita en está página. El motivo del encuentro es contarles cosas, mostrarles lo que pienso teniendo en el horizonte de todas las reflexiones, las suyas y los mías, la meta de una Euskal Herria independiente y socialista.

Alguien que se siente muy cómodo en el marco autonómico me dijo una vez que esas dos palabras le sonaban a «propaganda política» y que, en su opinión, apartaba mis artículos de cualquier objetivo o calidad literaria. No lo sé. Sin embargo el comentario me resultó conocido.

Cuando estudiaba tuve un profesor de literatura para el que todos los escritores comprometidos con la República, la mayoría de la Generación del 27, habían malogrado su obra con su compromiso político o su apoyo al comunismo. Como dice una canción «del derecho y del revés/ una sólo es lo que es/ y anda siempre con lo puesto». Y si me remito a la última estrofa añadiré gustosa que «nunca es triste la verdad/lo que no tiene es remedio». Así que partiendo de esta premisa, a estas alturas de mi vida, he llegado a la conclusión que yo tampoco tengo solución.

Pío Baroja afirmó que «para ser escritor basta con tener algo que decir». Estaba en lo cierto. En ese sentido, Euskal Herria es un país con suerte. Todos, hombres y mujeres tenemos mucho que decir. El imaginario literario se extiende por todos los aspectos de la vida como una pasión y un deber del que es difícil desprenderse. Existen muchas verdades sobre las que hablar, ideales, en los que trabajar, sentimientos que comunicar, proyectos, propuestas y realidades que compartir. Lo terrible sería ignorar todo ese patrimonio, callarse, enmudecer y permitir que un día, gentes como mi antiguo profesor de literatura se alzasen en jueces de nuestra creatividad y de nuestro futuro.

Los que nos dedicamos al oficio de escribir nos limitamos a narrar las ideas que estructuran nuestra vida desde la experiencia, desde la mirada con la que analizamos el mundo y lo aceptamos o combatimos.

Escribir un artículo supone un ejercicio periodístico, en el que la opinión se convierte en testimonio de lo que vemos, de lo que pensamos y sentimos. Sin pretenderlo, recomponemos en fragmentos la realidad social de nuestro tiempo y la comentamos desde esa línea imperceptible donde se unen la política y la vida.

Tal vez por ello, al escribir, seamos más susceptibles al error y menos concretos que los buenos estrategas o teóricos, pero también más agradecidos con la imaginación y hasta con la poesía. La «propaganda política» a la que se refería el nacionalista convertido hoy en autonomista, responde a otras intenciones menos confesables. Se ejecuta y se impone con mecanismos muy determinados, sobre mensajes únicos, dirigidos a asegurar el orden y los valores del sistema.

El 31 de octubre de 1938, el cineasta Orson Welles, entonces un joven de 23 años, marcó un hito en la historia de la radio con la representación, desde el Mercury Theatre de Nueva York, de la obra de H.G. Wells, «La Guerra de los Mundos». El trabajo de Welles alcanzó tal veracidad a través de las ondas que más de un millón de personas en EEUU salieron a la calle, presas del pánico, al creer que la invasión de la tierra por extraterrestres estaba sucediendo de verdad. Les narro aquel hecho porque estamos en octubre y acabo de recordar la importancia que aquella emisión tuvo en el uso de la radio como medio de propaganda política de los regímenes fascistas. Cuentan que Goebbels, el padre de la propaganda nazi, quedó impresionado con aquel espectáculo.

Todos los expertos en comunicación de masas coinciden en afirmar que aunque no lo pretendió, el trabajo de Orson Welles en la CBS, dirigido a entretener a una sociedad temerosa, demasiado permeable a los mensajes populistas y que aún padecía la desolación de la crisis de 1929, abrió las puertas a una nueva era en la utilización política de los medios audiovisuales.

Debería seguir el hilo que me propuse cuando comencé a escribir este artículo y continuar hablándoles de la propaganda política, de aquel experimento radiofónico en la noche de Halloween, de Orson Welles y de su magnífica película «Ciudadano Kane» (1941), basada en la vida del magnate de la comunicación Randolph Hearts. Pero ya es tarde.

Cuando vuelvo a sentarme frente al ordenador son las ocho de la mañana del viernes y acabo de escuchar en la radio la nueva operación contra la izquierda abertzale, ordenada por el juez de la Audiencia Nacional, Grande Marlaska, en la que se han detenido a 14 jóvenes, acusados de intentar reconstruir la dirección de Segi. Una operación semejante a la que el propio Marlaska llevó a cabo en noviembre del 2009. Igual que ocurrió entonces y en todos los operativos represivos, desde las seis de la mañana la noticia se repite constantemente en los boletines informativos como un triunfo incuestionable de la política del Gobierno socialista y como un gesto de firmeza «democrática».

Las voces y las palabras se suceden vertiginosamente como una cantinela aprendida y obedecida a conciencia, sin posibilidad de error y con un perverso tono de satisfacción, incomprensible en una información, pero lógico cuando lo que subyace en cada frase es la propaganda política.

Las redadas nocturnas de la Audiencia Nacional golpean demasiado la esperanza, ocultan las mañanas y las revisten de un sabor amargo. Una piensa en la tortura y la confianza se desmorona como un castillo de naipes. Es la negrura de los malos momentos.

Después de los boletines, llegan las tertulias y vuelve a repetirse el ritual. Los argumentos se someten al manual del Ministerio de Interior hasta convertirse en el eco incuestionable de las declaraciones del señor Pérez Rubalcaba.

Es entonces cuando me pregunto: ¿qué hago en una mañana como ésta buscando y recordando ejemplos sobre lo que la teoría de los medios define como propaganda política? ¿No es lo que estoy oyendo una propaganda descarada e insolente de la política de exterminio ideológico contra el independentismo de izquierdas? ¿No es lo que escucho el montaje del mensaje único, de la mentira repetida que tanto caracterizó la propaganda política del fascismo? ¿Podrían Ares y Rubalcaba aventajar a Goebbels?

Desde la ventana el sol se vuelve un poco más blanco, parece como si de repente se hubiera abierto entre las calles estrechas. Me lo imagino sin niebla y lo siento más cálido. Vuelvo al ordenador y miro hacia ese otro mañana por el que apuesta y trabaja el conjunto de la izquierda abertzale.

Pienso en ese tiempo nuevo que hemos decidido vivir y construir, ese lugar nuevo y en el que los jóvenes deberán asumir una responsabilidad especial, la responsabilidad de conquistar el futuro.

Porque como decía José María Olarra en su último artículo, en Euskal Herria, «cada nueva generación ha encendido una nueva primavera». Con ellos y por ellos, juntos, resistiremos los envites. ¿Qué más podría escribir hoy?

Que la izquierda abertzale existimos, que somos como una roca junto a la playa y que esto no es ni poesía ni propaganda política, sólo la metáfora de una gran verdad.

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