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Estreno del documental «Apaizac Obeto»

La odisea en Terranova de los balleneros vascos

El jueves se estrenará en el Aquarium de Donostia el documental «Apaizac Obeto», dirigido por el bertsolari Jon Maia, que nos adentra en la singladura de la txalupa ballenera Beothuk por las costas de Terranova en el siglo XVI. La obra recoge los pasajes emocionales y los testimonios científicos de aquellos siete tripulantes durante su travesía.

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Koldo LANDALUZE

Una proa enfila hacia una pequeña localidad costera de Port-aux-basques, en el extremo sur de Terranova. Allí, un anciano de rostro cuarteado por el viento y el salitre observa con extrañeza la arribada a puerto de una pequeña embarcación a vela y remo que ha surgido de entre las brumas del tiempo. El anciano se acerca a los siete tripulantes de la embarcación y les pregunta: -¿De dónde venís?

-De Quebec -responde uno de los tripulantes.

-¿De Quebec? -el viejo señala los remos y las velas- ¿En eso? ¿De dónde sois?

-Vascos -responde otro.

-¿Pero... existen los vascos? -pregunta sorprendido el viejo marino.

Los siete asienten al unísono y se miran entre sí extrañados ante la reacción del viejo, el cual sentencia:

-Cuando yo era niño, mi abuelo me contaba que los primeros perros que llegaron a esta isla fueron traídos por los vascos para cazar. Yo siempre he creído que los vascos eran personajes de cuento.

Esta historia verídica cobró forma durante una de las muchas etapas surcadas por Beothuk hace cuatro años por las costas de Terranova. El bertsolari y escritor Jon Maia, uno de los integrantes de aquella expedición llamada Apaizac Obeto, ha sido el encargado de dar sentido y coherencia a esta inusual travesía que ha cobrado forma definitiva en un documental que atrapa toda la esencia legendaria e histórica de aquel viaje que sirvió para rememorar aquella otra odisea que los marinos vascos protagonizaron en el siglo XVI.

«Ha sido la aventura de mi vida -dice Jon Maia-, un viaje a través del tiempo y recorriendo una geografía fascinante. Algo que nunca hubiese podido imaginar haber cumplido. Siempre me ha gustado la temática de los balleneros y han sido muchas las ocasiones en las que me he dejado llevar por la imaginación para intuir cómo podía ser Terranova y, de repente, me vi involucrado en esta odisea a bordo de aquella txalupa que recreaba una anterior del siglo XVI. Durante los dos meses que duró aquella travesía me sentía como si fuese partícipe involuntario de un documental imaginario donde rememoraba los clásicos de Robert Louis Stevenson y Julio Verne. Mientras remábamos entre ballenas, fue un reencuentro con aquellas islas y paisajes marinos que soñaba visitar siendo niño».

De remero y cronista literario pasó a ser autor involuntario de este documental.

No estaba previsto pero, por motivos ajenos a nuestras intenciones originales, me he visto en la obligación de dar un poco de coherencia y crear un hilo conductor que diese sentido a las más de 140 horas de grabación y resumir toda aquella experiencia en una hora y doce minutos de duración.

Quizás el montaje haya sido la parte más compleja y dolorosa.

Esta historia se hubiese podido filmar de mil maneras diferentes. Yo contaba con la ventaja de que, con anterioridad, había escrito el libro basado en esta expedición y ello me daba una buena cobertura para dar cierto sentido al documental por que el libro «Apaizac Obeto» lo escribí desde una perspectiva cercana a un documental. El montaje fue muy difícil por que contaba con una gran cantidad de metraje y debía escoger aquellas tomas en las cuales se reflejaran mejor todas y cada una de las maniobras que hacíamos a bordo de la txalupa. Apenas existe material filmado relacionado con la gran odisea que, a escala mundial, llevaron a cabo los vascos cuando se embarcaron hacia Terranova y se sabe muy poco del gran legado marino de los vascos. Por ese motivo, era consciente de que el documental debía contar con un rigor científico y con un envoltorio accesible a todos los públicos. Una combinación de historia y aventura.

¿Qué sintió cuando revisitó el viaje mientras montaba la película?

Lo que más me gustó fue, precisamente, lo que no he podido incluir en el metraje. Todas las anécdotas, la camaradería compartida durante la travesía. He sentido mucha emoción rememorando situaciones cotidianas que, lógicamente, no he podido incluir en el documental.

¿Tenía la ruta preestablecida la dirección del documental o tuvo que variarlo?

Sí, tuve que variarlo. Durante el pre-montaje comenzó la dolorosa obligación de iniciar los descartes y después de revisionar nuevamente el material elegido, comenzó a cobrar forma el resultado final. Incluso saqué un hilo argumental que, en su origen, no existía. El documental se compone de dos historias paralelas; la primera recrea la singladura de la expedición y la segunda es la historia de la txalupa desde que fue encontrada en 1978 y donde aportan sus testimonios el científico canadiense que la localizó en Red Bay y Xabier Agote que fue quien construyó la réplica Beothuk.

La txalupa se convierte en un personaje más.

Es la protagonista por que ella es la encargada de sacar a la luz una historia que todavía no ha sido reconocida y que debería figurar en todo libro de historia: la importancia de los vascos en los orígenes del Canadá moderno y los Estados Unidos. Hay que tener en cuenta que aquellos balleneros vascos no iban a colonizar ninguna tierra y que su viaje no estaba auspiciado por rey alguno. Se tiende a creer que la historia de Norteamérica se inicia con el desembarco de los puritanos del Mayflower alrededor de 1620 pero, hay que tener en cuenta que los vascos ya les llevaban cien años de ventaja en esas costas. En este documental hemos contado con la colaboración y testimonio de expertos de primer orden mundial que avalan toda esta teoría.

¿Queda alguna evidencia arqueológica de aquellos asentamientos?

Sí. Nuestra txalupa recorrió las viejas rutas que fueron utilizadas por los balleneros vascos en aquella época y visitamos hornos que construyeron en las islas y a lo largo de todo el litoral, en el estuario de San Lorenzo, para convertir la grasa de ballena en aceite. Son restos arqueológicos que advierten de la primera actividad industrial que tuvo lugar en lo que, con posterioridad, se conoció como Estados Unidos. Los vascos fueron quienes crearon la primera industria ballenera del mundo y quienes tuvieron el monopolio con una flota de más de tres mil hombres y treinta o cuarenta barcos. Otro de los aspectos más reseñables de esta evidencia arqueológica es la gran variedad toponímica vasca que hay en los lugares visitados por aquellos balleneros. Hay que tener en cuenta que, por ejemplo, Samuel de Champlain -el fundador de Quebec- dejó escritos en sus mapas lugares como Nouvelle Biscaye que, posteriormente, sería rebautizada como Nueva Francia y, finalmente, Canadá. Pero lo más reseñable es, sin duda, Red Bay; lugar donde culminó la expedición y en el que, además, fue encontrada la txalupa original que inspiró la nuestra. Allí también fue hallado el ballenero San Juan, que se hundió en noviembre de 1565. En la misma bahía de Red Bay se han descubierto otros cuatro balleneros. Es un pueblo inhóspito, cercano al territorio Inuit y que tiene su gran epicentro en el museo dedicado a los balleneros vascos. Muy cerca, en Saddle Island, se encontraron 142 cuerpos de marineros vascos del siglo XVI, restos de hornos, toneles, arpones... estos hallazgos supusieron el trabajo arqueológico más grande e importante que se ha llevado a cabo relacionado con el mar. Es una lástima pero, para nosotros, Red Bay es el santuario olvidado del patrimonio marítimo vasco.

¿Qué supuso para la expedición atracar en Red Bay?

Una gran satisfacción porque no sabíamos cómo iba a responder aquella embarcación durante semejante travesía, 2.000 kilómetros. Tampoco sabíamos cómo íbamos a responder nosotros a bordo de aquella txalupa de ocho metros de largo y dos de ancho. Cuando arribamos a Suddle Island y descubrimos aquel prado, mirando al mar, donde se encontraron las sepulturas de los marinos vascos yo no veía esos yacimientos como algo arqueológico, sentía todo aquello muy cercano. Habíamos navegado como ellos, vistiendo sus mismas ropas... Después de experimentar aquella travesía marina, yo los sentía como personas muy cercanas. Otro recuerdo imborrable fue cuando entramos en el museo y vimos la txalupa original, Ama Txalupa, que es como le decíamos nosotros. Fue muy emocionante, especialmente para los carpinteros que se pasaron todo un año construyendo a su hija; la réplica Beothuk. También estaban los restos del ballenero San Juan, que fue construido en Pasaia en el siglo XVI, elegido por la UNESCO como símbolo oficial de todo el patrimonio submarino oficial.

¿Y qué singladura le aguarda ahora al documental?

Nuestra intención es la de presentarlo a todos los festivales de cine y documental dedicados al mar. Antes ya tuvo una pequeña singladura y fue, sin duda, uno de los escollos más difíciles que tuvo que superar. Se proyectó en Ottawa cuando todavía no estaba hecho el montaje definitivo y había partes que todavía no habían sido dobladas al inglés y francés. Se proyectó en la sede central de Parcs Canada, la organización gubernamental que gestiona todos los parques naturales de Canadá. Nosotros creíamos que iba a ser visto por tres o cuatro personas lideradas por Robert Grenier -director de Parcs Canada y la máxima autoridad en esta materia-, pero nuestra gran sorpresa fue mayúscula cuando se habilitó un auditorium para proyectar el documental ante más de 60 expertos y otros tantos científicos que se conectaron vía Internet. Xabier Agote, que estuvo presente, se emocionó cuando escuchó la ovación cerrada que todos aquellos científicos le dedicaron al documental cuando finalizó la proyección.

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