Mertxe AIZPURUA Periodista
Un vasco en Venezuela
Me alegra que la huelga de hambre de José María Korta en favor de los indígenas yukpa tenga tanta repercusión. Me emociona su gesto, su acción y su decisión. Me enorgullece saber que, tras un océano de distancia y de salvaje colonización, hay un vasco, un misionero jesuita, que no se limita a rezar por los parias de este mundo, sino que arriesga y que, por comprometerse, se compromete sin dobleces. Y que gracias a su determinación, hoy, tantos medios de comunicación a los que la cuestión indígena importa menos que la liga infantil femenina de fútbol en Malabo abracen con fervor la causa yukpa. Claro que tiene su trampa. Es Venezuela, y lo que Korta reclama al Gobierno de Chávez es la aplicación de la Ley Constitucional bolivariana por la que los indígenas tienen derecho a resolver ellos mismos los delitos en sus propias comunidades, según su tradición, sus leyes y su cosmogonía. Una ley de respeto absoluto, sin parangón en otros estados y naciones. Creo que a Korta, admirador de Chávez y de su proyecto socialista, le duele en lo más hondo que la buena teoría no tenga su resultado. Y que, al aplicar la frase de Rosa Luxemburgo - el acto más revolucionario es decir lo que uno piensa-, no está haciendo un servicio al imperialismo que intenta abatir a Chávez, como quieren vendernos todos los que confunden adhesión política con fanatismo religioso.
No hay más que mirarle. Su figura enjuta, con aire quijotesco, recuerda a los tipos flacos a los que, según el César de Shakespeare, había que temer, por ser gente de pensar inquieto. Gente viva y peligrosa. La que enerva al poderoso o pide justicia para el indígena.