CRíTICA cine
«Dejame entrar»
Mikel INSAUSTI
Una vez más hay que invocar al maestro Welles para darle la razón y reconocer que existe la copia perfecta, aquella que no te permite distinguir si el original es mejor que la imitación, o al contrario. La decisión salomónica sería remontarse a la novela de John Ajvide Lindqvist, sin la que no existirían ninguna de las dos versiones cinematográficas estrenadas de forma consecutiva para nuestro mayor deleite. Ahora bien, es de justicia darle a cada uno lo suyo, y convenir en que el sueco Tomas Alfredson tiene el mérito de haber sido el primero en abrir la puerta que conduce a la adaptación del texto sin desvirtuarlo y añadiéndole una poética atmósfera visual, capaz de crear un nuevo género o subgénero dentro de las películas de terror sobre vampiros. Ahora más que nunca estoy convencido de que “Déjame entrar” es una obra inagotable, un clásico automático de los que admiten mil y un variaciones, sin que su calidad intrínseca se resienta por ello.
Lo único que echo de menos en la réplica de Matt Reeves es la sordidez de los bares nórdicos y de aquellos tipos marginales que parecían salidos del cine de Aki Kaurismäki. Me hubiera gustado conocer su posible equivalente norteamericano, aunque si ya no están ahí es porque el nuevo “Déjame entrar” se concentra por entero en el extraño romance adolescente de la pareja protagonista, para sacar partido a todo el entorno escolar del chico en base a la tradición que el cine de Hollywood posee en el drama estudiantil. Y ahí no defrauda esta producción de la renacida Hammer, gracias a un reparto que supera a los que suelen estar al alcance del cine europeo. Tanto Chloë Grace Moretz como Kodi Smit-MacPhee son los mejores intérpretes de su edad, y lo que consiguen juntos no admite comparaciones. La química entre ellos es total, y a su lado los adultos son como fantasmas incapaces de conectar con la especial sensibilidad que comparten en su universo situado fuera del tiempo, fuera de la era Reagan y del fanatismo religioso que generó.
