«Al igual que oir y escuchar no son lo mismo, tampoco lo son ver y observar», afirma Koldo Etxebarria, en alusión al ejercicio que propone con «El silencio del ser», la exposición que puede verse hasta el próximo domingo en la sala donostiarra de Lugaritz. La de la capital guipuzcoana no es una excepción, pues todas las obras que ha realizado en los últimos años giran en torno a la misma idea: la búsqueda de la estética interior. Para ello recuerda a Platón, quien dijo que la dimensión más profunda y auténtica en el ser humano es aquella que no puede verse por lo sentidos, sino que es justo la que está detrás.

«La belleza metafísica, la armonía que tratamos de investigar en las bellas artes y en las artes plásticas -señala-, no reside en la propia obra de arte, sino en el sujeto que lo contempla». Es decir, en el espectador. Y concluye: «La belleza no es una cosa, sino un estado de conciencia, una experiencia humana». Así, considera que el arte funciona «a modo de espejo, de escáner para despertarnos y hacernos experimentar esa dimensión interior». Pone como ejemplo a Oteiza, «uno de los hombres más lúcidos que hemos tenido». Recuerda que siempre decía lo poco que le importaban las esculturas: «Lo que a él le interesaba era el arte en relación a la vida y las experiencias».

Etxebarria utiliza las nuevas tecnologías y las imprime en un soporte rígido. Insiste que lo bello no está en los píxeles ni en la superficie, porque «eso simplemente son colores y formas». Hay que mirar más allá, porque detrás de cada interpretación está la belleza. «Imagínate una puesta de sol. Hay un sol, algo está pasando -explica- y ante eso, cada uno trata de vivir una emoción, un sentimiento. Los artistas, cuando creamos, lo que en realidad pretendemos es vivir ese estado y los amantes del arte buscan, detrás de las formas, experimentar esa armonía».

Líneas rectas para pensar

En «El silencio del ser», el artista vizcaino se ha valido de bloques y líneas rectas, «clasicistas» que sugieren «silencio y quietud». No es algo que el lemoarra haya elegido por casualidad, sino todo lo contrario. «¿Por qué? Porque la manera de vivenciar esa estética interior metafísica está en el silencio contemplativo, en la mirada silenciosa y estas figuras empujan a sostener la mirada». En su opinión, cuando alguien está mirando sin pronunciar palabra «se deja de pensar», alcanzando la belleza, que «está más allá de cualquier concepto». «¿Entonces, que herramienta puedo utilizar para vivir esa experiencia?», lanza la pregunta para responder acto seguido: «La herramienta `superinteligente' que tiene el ser humano es la atención sostenida, sin hacer nada más». Menciona, en este sentido, la tradición católica, que apela a los «méritos» que debe hacer el ser humano para vivir un estado de felicidad. «No -dice contudente-. Porque la belleza y el estado de felicidad residen per se en la persona, lo que pasa es que hay que redescubrirlo». Y esto se consigue «aquietando el coco»: «Acallando los razonamientos aflora la armonía».

Por lo tanto, mirar y no pensar. Porque asegura que, mucha gente, tras observar una obra de arte se pregunta sobre su significado, sobre la intención del artista queriendo además una respuesta inmediata y convincente. «Y no se trata de eso». Sencillamente, mirar sin prisas y dejarse llevar. «En otras salas en las que he expuesto he instalado sillones frente a las obras para que la gente se siente a mirar. Aunque observar parezca sencillo, en esta sociedad de consumo no nos tomamos el tiempo necesario para ello». Para incitar a mantener esa mirada, los personajes de sus imágenes aparecen de espaldas, de manera que, el protagonista, es decir, espectador y personaje, adoptan la misma postura.Su próximo proyecto, del que prefiere no adelantar detalles, le llevará desde Bilbo hasta Los Ángeles.