Se puede calificar a «Diario de Greg» como la comedia sorpresa del año, porque asegura mucha más diversión que otros títulos respaldados por grandes campañas publicitarias y que sólo generan mucho ruido y pocas nueces. Es todo un descubrimiento, al provocar una sensación de recuperación del humor infantil perdido equiparable a la de la reciente adaptación de «Le Petit Nicolas», aunque de una forma más actualizada e inconfundiblemente norteamericana. El realizador alemán Thor Freudenthal ha hecho una maravillosa e inteligente lectura de las tiras cómicas de Jeff Kinney, caracterizadas por las líneas simples y gamberras del dibujo, sacando de ellas a personajes de carne y hueso con una entidad psicológica perfectamente definida. La caricatura del protagonista, de sus amigos y demás compañeros de instituto es tan ácida que acaba propiciando una disección a escala reducida de la filosofía del éxito en que se basa la sociedad yanqui, teniendo en cuenta que no sería lo que es sin su sistema educativo.

La personalidad de Greg es bastante compleja, algo así como la versión desarrollada de las puntuales descripciones que Woody Allen ha solido dar de su niñez en algunas películas. Sufre un claro problema de inadaptación a la vida estudiantil y sus inútiles intentos por integrarse son patéticamente cómicos. Claro que se trata de una comicidad irónica y cruel, porque en su desastrosa carrera de obstáculos infranqueables para convertirse en el alumno más popular se verá superado por su torpón amigo Rowley, al que le basta con ser como es, un gordito gracioso, para llegar más lejos que el propio colega que no ha dudado en traicionarle y repudiarle como compañía inapropiada en su desesperada búsqueda de relaciones influyentes. Todas y cada una de las historietas que se suceden provocan la risa, si bien la más desternillante es la que reproduce el empeño de Greg en transformar a su aniñado colega Rowley en un molón chico adolescente a la moda, cuando quien está fuera de onda es él.