Juicio por el «caso Portu-Sarasola»
Prietas las filas
Al cierre de filas del Estado –de su Guardia Civil, suministro, sus instituciones españolas y vascas, sus partidos y sus medios– sólo se le puede contestar con otro movimiento similar en Euskal Herria. La letra está escrita en el Acuerdo de Gernika.
Ramón SOLA
Algún día quizás en Euskal Herria haya algún hacker capaz de penetrar en los archivos secretos del Ministerio del Interior y una Wikileaks capaz de contárselos a todo el planeta. Pero de momento sería ingenuo negar que el sis- tema de amparo tejido en torno a la tortura funciona. Ayer se constató de nuevo ese «prietas las filas» que empieza en la Guardia Civil pero va mucho más allá. Un «prietas las filas» que lógicamente arranca en el testimonio unánime –éste sí de manual– de los quince imputados. Que sigue por el silencio sepulcral de los responsables políticos del Ministerio del Interior, que ni abrieron la boca cuando se conoció la petición fiscal ni lo hicieron ayer, como si el juicio no tuviera que ver con ellos. Que continúa por la complacencia del resto de dirigentes políticos e institucional, tan quisquillosos e hiperactivos otras veces a la hora de pedir explicaciones y condenas y tan despreocupados e inmóviles ahora. Y que se completa con la clamorosa desatención de la mayoría de los medios de difusión españoles y vascos, que a buen seguro hubieran prestado más eco al caso si quienes se sentaran en el banquillo fueran quince marines acusados de torturar a un iraquí. ¿Alguien duda de que en ese caso una fotografía como la de Igor Portu entubado hubiera dado la vuelta al mundo?
Pero la cuestión es demasiado urgente y demasiado grave para seguir esperando a hackers o medios rebeldes. Al cierre de filas del Estado sólo se le puede contestar con otro movimiento similar en Euskal Herria, con un plante decidido frente a una práctica inaceptable. La letra está puesta en el Acuerdo de Gernika, donde se selló el compromiso con «la desaparición de todo tipo de amenazas, presiones, persecuciones, detenciones y torturas contra toda persona por razón de su actividad o ideología política», pero hace falta llevarla a la práctica. Y eso es sobre todo cuestión de voluntad, pero que también deberá acompañarse de inteligencia y acierto. Acierto para evitar que, por ejemplo, un ministro de Interior pueda seguir eternamente sin hablar del caso, que las instituciones vascas continúen dejándolo fuera de sus órdenes del día, que los medios se lo oculten a la ciudadanía y que en el mundo casi nadie se entere, porque sólo así se acabará con la tortura.