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Koldo CAMPOS Escritor

Penoso inconveniente

 

Habría sido maravilloso. La blanca arena que importuna al mar que se retira entre espasmos de sal, agua y espuma mientras vuelven las sombras, como todos los días, a entrar en competencia con un exhausto sol ya decidido a reafirmar su empuje en otras playas.

El viejo pescador que, concluida la faena, arrastra en su fecunda nasa el sueño que sus manos habrán de repartir junto a la orilla para, en mangas de camisa, desembarcar fortuna y esperanza, a la par satisfechas y cumplidas.

Impacientes, las nubes que persisten en su idea de seguir sirviendo al cielo de rojo contrapunto, antes de que su azul memoria vuelva de nuevo a desandar su crónica aventura.

Dispersas sobre la playa, en tributo de quien siempre se aviene a ir saldando sus deudas, las algas se encomiendan a la inminente noche, y una barca sin remos e indecisa, como si le fuera ajeno su destino y varada en su triste soledad, que juega a que se va y se queda, a la espera de que la aborde el mar.

Al fondo, intermitente, perdido en la distancia que hace de la pupila su trémulo horizonte, surge y desaparece un barquito de vela al que algunas gaviotas, discretas y juiciosas, persiguen en silencio, tal vez por no alertar su incierto rumbo a quien se atreva a vislumbrar su puerto.

Dos niños, desnudos y felices, corretean sus quimeras de arena mientras pintan los peces de color el agua y una mujer cimbrea su talle de palmera camino de una blanca cabaña de madera y palma en la que aún refulge la tarde que termina.

Sí, habría sido maravilloso de haber tenido una pared donde colgar el cuadro.