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Amparo Lasheras Periodista

¡Cáspita, qué algarabía!

Aficionarse a la lectura a través de los tebeos es una característica de mi generación, la misma de los pensionistas que ayer salieron a las calles de Euskal Herria para decir no a la reforma de pensiones programada en Madrid. Los tebeos reflejaban las penalidades cotidianas de personajes que representaban más de lo que decían y que, además (lo supimos años más tarde), pertenecían a la imaginación de dibujantes republicanos, comunistas o anarquistas, retirados por decreto de la cultura oficial. Lo curioso de aquellos personajes era su forma de hablar. Las exclamaciones con que se expresaban. ¡Albricias! ¡Córcholis! ¡Cáspita! Y sobre todo «algarabía». «¿Qué algarabía es ésta?», decía Don Pantuflo a Zipi y Zape antes de la reprimenda. No sé si me traiciona la nostalgia, pero algarabía fue la primera palabra que vino a mi mente después de escuchar los debates y tertulias sobre las iniciativas de la izquierda abertzale en los nuevos tiempos que se ha empeñado en construir. Parloteando todos a la vez, analistas y políticos, y en un griterío confuso, los encontré ansiosos, desorientados unos, atónitos otros y con el pie cambiado la mayoría. Todos quieren tener la clave y la exclusiva de lo que, a corto y medio plazo, proyecta ETA, la izquierda abertzale o Brian Currin. La algarabía va in crescendo. Al oírles se tiene la sensación de que no son capaces de percibir que el futuro no se está escribiendo en una historieta; que el guión tiene más que ver con una seria e independiente producción de autor que con los «bla bla bla» de los Pantuflos, Tribuletes, Basagoitis, López y Urkullus de turno, con todos mis respetos para los dos primeros.