Hay numerosos libros recopilatorios de frases célebres, resumidas en muchos epígrafes, que forman una suerte de vademécum del pensamiento urgente. Filósofos, artistas, políticos, deportistas o famosos sueltan frases que después inundan las albercas de los estratos sociales según su intensidad, capacidad o valor de cambio. La publicidad es un sistema de frases acondicionadas a imágenes o viceversa que crean mundos ilusorios, impulsos irrefrenables o idearios de consumo. Se emparenta con la clase política, exenta de ideología, que recurre a las frases para transmitir nociones que camuflen la falta de contenidos.

Pero hay días que uno amanece con frases que le alegran el ser o el estar. Por ejemplo, un tal Santos Ortega, lobbista, es decir profesional de los grupos de presión que intentan propiciar o modelar leyes para que se ajusten mejor a los intereses de sus clientes, generalmente grandes corporaciones, es entrevistado porque está preparando un curso para formar a nuevos profesionales del lobbismo y dice rotundamente: «se ha acabado la lucha de clases, ahora es el tiempo de la lucha de frases». No se puede decir mejor. No hay clases, hay frases. Pero, ¿no hay clases de frases? El fin de las ideologías, de la historia, aquí se resume con el entronamiento de la frase como valor absoluto. Una frase vale más que mil ideas. El eslogan por encima del pensamiento. Perfectamente explicado desde una concepción de libre mercado que sentencia.

Y en estas disquisiciones estamos cuando vemos una frase realmente majestuosa: «Maricón el que maltrata». Léanla despacio. Está lanzada por el colectivo de homosexuales chilenos y lo hacen para ayudar a detener la lacra de la violencia de género machista. Es una frase poderosa. Si los machistas asumen que pegar a una mujer es de maricón es probable que dejen de pegar a las mujeres. Probablemente vayan a linchar maricones como alternativa, porque esa violencia de género es muy profunda. Pero me apunto la frase como una aportación paradójica para desarmar al terrorismo de alcoba.