La memoria es una facultad que no es exclusivamente humana. Pero sólo los seres humanos somos capaces de socializarla, de construir una memoria colectiva. Es una tarea complicada, porque el recuerdo es algo demasiado personal como para que pueda destilarse en una sola esencia de reconocimiento general. Pero es aún más complicada cuando esa tarea se emprende sin contar con miles de recuerdos, con miles de historias, con miles de personas que quedarán un día más en el olvido.

Los gerifaltes de la política que han acuñado la deslegitimación del terrorismo y que basan su estrategia en la socialización del sufrimiento de las víctimas de la violencia ocasionada por organizaciones armadas vascas han olvidado deliberadamente el dolor de otras víctimas: las de la violencia generada por la acción de las Fuerzas de Seguridad del Estado o por la actividad de organizaciones armadas de corte fascista próximas o dependientes de los aparatos del Estado. Recientemente y con una arbitrariedad asombrosa, algunas de estas violencias se han incorporado al cajón oficial de la memoria. Pero siguen en el olvido muchas otras. Y ello, para evitar que en el conflicto vasco se visualicen dos frentes, dos partes confrontadas, una simetría de la violencia.

Las otras violencias, aunque sean igualmente reprobables, no debe tratarse ahora; ahora lo que toca es ocuparse del sufrimiento provocado por ETA, porque ETA sigue viva y la otra violencia ya no, que las torturas tampoco existen. Y, si existen, la causa se asfixia por falta de pruebas.

Es la asimetría de la justicia, de la verdad, del dolor, de la memoria. Y una memoria asimétrica no puede ser nunca una memoria colectiva.