El movimiento antinuclear vive un claro renacimiento en Alemania
«No hay alternativa». Con esta frase-sentencia defendió la canciller alemana, Angela Merkel, el transporte de once contenedores con residuos nucleares del Estado francés hasta Alemania. Su policía está abriendo a golpes y detenciones el paso al convoy que ya lleva dos días y medio de retraso. A su vez, la nueva política atómica del Gobierno alemán ha originado la mayor movilización antinuclear ciudadana registrada en la última década.
Ingo NIEBEL
Gesa es la abreviatura alemana para el término «lugar de acogida de presos». Más preciso sería hablar de un campo de concentración móvil en el sentido más puro de la palabra porque las fotos que alguna prensa extranjera publicó de la Gesa cerca de Gorleben mostraban un espacio cercado por decenas de vehículos policiales -entre los cuales había incluso blindados- en el cual varios centenares de manifestantes antinucleares tuvieron que pasar la noche del domingo al lunes. Durante todo ese tiempo estaban expuestos a la intemperie de la lluvia y el viento frío que es tan típico en el norte de Alemania.
Esa imagen expresa la rigidez con la que tanto el gobierno alemán de la canciller Angela Merkel (CDU) como también el regional de su correligionario demócratacristiano David McAllister quieren imponer su nueva política nuclear cueste lo que cueste. Los gastos del actual transporte de 150 toneladas de residuos atómicos al depósito provisional de Gorleben oscilan entre los 21 y 25 millones de euros que los ciudadanos de Baja Sajonia han de pagar porque Berlín se niega a ello.
Para última hora de ayer, los 15.000 policías, «exhaustos» según su sindicato GdP, se preparaban para terminar la operación que había movilizado a 50.000 manifestantes. Los 7.000 que el lunes tomaron el último tramo entre la estación de Dannenberg y Gorleben se vieron reforzados por 2.000 ovejas y 50 cabras que milagrosamente aparecieron en las carreteras bloqueadas.
La nueva protesta muestra que ni la política ni la policía han logrado dividir al movimiento nuclear. Para ello no les sirvió la imagen de un blindado atacado con una bengala, ni las informaciones que redujeron las protestas del fin de semana a «un juego del gato y el ratón». De hecho hasta el lunes las duras acciones policiales se han saldado con 1.000 heridos, denuncian los organizadores. La Fiscalía ha abierto diligencias contra 1.700 personas.
La CDU responsabiliza ahora a los Verdes de cualquier escalada de violencia que pueda haber a la entrada en el depósito de Gorleben.
«Desearía muy mucho que el máximo posible de estas muy bien informadas, educadas y comprometidas personas de todas las edades y orígenes buscasen el camino hacia las organizaciones, partidos y parlamentos» dijo el copresidente del partido ecologista Los Verdes, Cem Özdemir, el pasado fin de semana.
En concreto dirigió su mensaje a las decenas de miles de personas que en Stuttgart y Gorleben protestan contra una macroestación subterránea y un un tren nuclear, respectivamente. La invitación del líder verde va más allá de la tradicional actitud política porque el Estado alemán está buscando a un partido que pueda evitar que cada vez más ciudadanos se organicen fuera de las habituales formaciones.
Ante el constante declive de la derecha alemana, la Unión Demócrata Cristiana (CDU/CSU) más sus socios liberales del FDP, y el de la socialdemocracia (SPD), los Verdes están tomando cuerpo como una fuerza que podría ayudar a renovar y reformar al actual sistema político sin cambiarlo.
Por el momento, Los Verdes lideran las encuestas por delante del SPD, primera fuerza histórica de oposición. En Berlín y en Baden Württemberg, un feudo de la CDU, podrían ganar las elecciones regionales. Por eso, Los Verdes han excluido una coalición con la CDU como opción política. Desde entonces el partido de Angela Merkel está cargando duramente contra el partido ecologista trayendo a la memoria viejos eslóganes de hacer 30 años, e intentando vincularlos con episodios de uso de las armas como herramienta política. I.N.