Cada persona mide el tiempo según cuáles sean sus prioridades, Lo mismo sucede con cada grupo social. Esas mediciones personalizadas poco tienen que ver con la rotación de la Tierra sobre su eje o con la traslación de nuestro planeta en torno al Sol. Por eso, cuando se agota el plazo que nos hemos marcado o que nos han impuesto para cumplir con un cometido determinado, a nuestros ojos las manecillas del reloj se mueven más deprisa; por el contrario, cuando esperamos impacientes a que se produzca un desenlace positivo, es nuestro cerebro el que pone a toda velocidad el cronómetro interno, de lo resulta que a nuestro alrededor todo comienza a moverse lentamente, muy lentamente.

En las últimas semanas, en este país la incontinencia declarativa en torno al proceso político está derivando, en cierta medida, hacia una alocada carrera para fijar plazos. Pero hay que subrayar que quienes más contribuyen a ello no son quienes han asumido compromisos unilaterales para avanzar hacia una resolución positiva del conflicto, sino quienes se han sentado a esperar a que suenen las campanadas de fin de año como si ya hubieran hecho todos los deberes que se habían marcado para este 2010 y estuvieran seguros de que por Navidad les van a llover los regalos. Incluso hay quienes han dejado claro que no piensan moverse antes de las elecciones de la próxima primavera (Por si alguien no ha reparado en ello, para entonces habrán caído ya muchas hojas del calendario: noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo, abril... ya que los comicios municipales y forales no llegarán hasta finales de mayo). Y mientras se enfangan en el inmovilismo, se permiten atosigar a los demás para que se muevan deprisa, cada vez más deprisa.

Si todas las partes implicadas no se atienen a sincronizar sus relojes, y eso parece muy difícil en este momento, el tictac de la espera puede convertirse en un tormento. Que unos clamen que el tiempo vuela mientras otros llaman a la calma sólo provocará más ansiedad. Tiempo al tiempo.