Nahia Aguado Marin Desde la cárcel de Brieva
A mi madre, a todas
Siento por un momento que la sangre corre por mis pies, paralizando mi cuerpo. Que mi corazón galopa como si quisiera salir y no acompañarme en este viaje en el que mis piernas flaquean.
Es el miedo, ante lo que está por venir... Esos días en los que te cambian la vida. La incomunicación, la tortura, a las que tú sola tienes que hacer frente. Rodeada de rostros ocultos, los que no reflejan nada. Los segundos son minutos y los minutos son horas en esas tinieblas. Seres que no sienten, sólo actúan... Perros de única dueña, la impunidad.
Ahora, transcurridos los meses, si no fuera por las noches en vela empapadas de sudor y amargura, parece que todo fue una pesadilla. Ahora, sentada sobre la cama de la celda, realmente no sé qué es más doloroso... Si los golpes o el grito de una compañera. Sólo aquellas paredes fueron testigo de tanto sufrimiento.
Sin duda lo superaremos... Porque ni el tormento, ni el destierro ni los muros de cemento conseguiran acallarnos. Porque al igual que sentimos miedo, sentimos amor... La base de nuestra entrega. No es en vano cada herida, golpe y gota de sangre que forman nuestra historia. Son ahora semillas en esta tierra sembrada de valor. Y sus frutos nacerán en un futuro, tejido con el esfuerzo de todas nosotras y construido con la ternura de nuestras manos.