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Un caso de crisis de identidad: OTAN 3.0

El primer secretario general de la OTAN, Lord Ismay, dijo que la idea original de la alianza era «mantener a los rusos fuera, a los americanos dentro y a los alemanes abajo». La Unión Soviética ya no existe, Alemania no plantea amenaza alguna y para EEUU Europa no es un punto de referencia central. ¿Qué hacer, entonces, con la OTAN? Encontrar respuesta a esa pregunta será uno de los desafíos más importantes que hoy tratarán en la cumbre de Lisboa. Una reunión que levantará acta escrita en números rojos y que decidirá una drástica reducción de plantilla y bases militares; que abordará la situación y las perspectivas en Afganistán desde una hiriente paradoja, a saber: desde la Guerra Fría siempre se dijo que el futuro de la OTAN pasaba por convertirse en una potencia global, y en Afganistán la participación en la guerra ha sido global pero ni ha funcionado ni tiene posibilidades de éxito; finalmente bajo el epígrafe de «nuevo concepto estratégico» decidirán sobre el ataque y la defensa en la guerra cibernética y la seguridad en las líneas de abastecimiento de materias primas vitales. En palabras del actual secretario general, Anders Fogh Rasmussen, Lisboa dará a luz la «nueva OTAN 3.0».

Tras la segunda Guerra Mundial, los ganadores se reservaron los asientos de miembros permanentes de la ONU y la capacidad de veto sobre sus acciones, sosteniéndose en su fuerza militar. Pero ésta ni todo lo cura ni asegura la hegemonía por sí sola. Conceptos como el de poder económico o influencia geopolítica han entrado como nuevas categorías de poder, con fuerza, en un mundo cada día más multipolar. Y la OTAN no puede seguir apostando su futuro con la única carta de fuerza militar.

La OTAN surgió en un contexto histórico, la Guerra Fría, hoy ya superado. Con un objetivo, la defensa de Europa, que ya no es su prioridad. En un mundo, y con un fin, que sólo con la fuerza militar ya no es posible conquistar, el problema al que se enfrenta «el enfermo» quizás tenga un diagnóstico más sencillo, y a la vez de más difícil tratamiento: la crisis de identidad.

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