Iker Bizkarguenaga Periodista
Que no me rescaten, que me da la risa
A cualquiera que esté siguiendo el asunto de la deuda irlandesa y no sea un experto en la materia, seguramente este tema le parecerá un poco raro. Porque es extraño ver cómo un país insiste por activa y por pasiva en que no le hace falta ayuda y que puede atender él solo a sus compromisos, mientras sus socios le intentan convencer de que pida auxilio, hasta que al final casi le sacan la pistola para tratar de persuadirle.
Si a mí un amigo me pide ayuda, se la doy gustosamente. Y se la ofreceré, si veo que le hace falta. Pero no voy a andar todos los días dándole con el dedo en el hombro, «pídeme ayuda, pídeme ayuda», porque entonces el asunto empieza a oler a chamusquina y tiende a parecerse a la «protección» que ofrecen los mafiosos en las películas de gánsteres.
¿Son los irlandeses tímidos? ¿Es la UE tan generosa? Pues va a ser que no. Lo que pasa es que a los mandatarios europeos no les llega la camisa al cuerpo al pensar que los mercados -ese extraño ente, tan poderoso como deliberadamente indefinido- puedan ir en busca de piezas más grandes, como el Estado español o Italia, cuya bancarrota podría arrastrar sin remedio a la UE. Y para evitarlo quieren que el país del trébol, o Portugal, si se tercia, se sacrifiquen en el altar del insaciable monstruo.
Y los irlandeses, cuyo Gobierno, por otra parte, ha dejado hacer a los bancos todo lo que han querido, saben que el «rescate» de la UE y el FMI lleva en la letra pequeña una serie de deberes que les obligarán a hacer más recortes, que volverán a pagar los mismos, y a perder su soberanía económica. Con el resultado que ya se ha visto en Grecia, cuya riqueza no ha hecho sino desplomarse desde que fuera rescatada. Y si además los ingleses se apuntan a la fiesta y meten el cazo, apaga y vámonos.
Veremos en qué queda el asunto. Quizá en pocos meses sea Zapatero quien recurra al auxilio de La Famiglia. Y entonces sí que nos vamos a reír. Yo, el año que viene volveré a visitar Irlanda, los 32 condados. Sólo espero que cuando pida una Guinness no me sirvan una Köstritzer Schwarzbier. Y desde Temple o desde Falls, les diremos a Cowen, a la UE y a UK: «¡Póg mo thoin!».