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«Euskal Herria es solidaria, pero se podría hacer un poco más»

Conoció a los saharauis cuando aún vivía el dictador español. Y con ellos fue al desierto a defender la patria invadida en 1975.  Vivió los horrores de la guerra y del éxodo en la más absoluta nada. Como enfermera, ayudó a que continuara la vida de un pueblo abandonado a su suerte en los arenales.  Y ese pueblo la adoptó y le regaló su aprecio y un nuevo nombre: Fatimetu. Aprendió su lengua y vivió catorce años en los campamentos como una refugiada más. De su matrimonio con un militante saharaui tuvo dos bellos hijos que saben escuchar los silencios del desierto y hablar las palabras dulces del euskara. Es Gurutze y es Fatimetu, generosa, euskaldun y saharaui. Por ello cree que se puede hacer más.

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«Ya no tengo lágrimas / he dejado de sentir el dolor / me invade la impotencia / y la rabia es mi única razón», escribía la semana pasada el poeta saharaui Ali Salem Iselmu tras el asalto marroquí al campamento de El Aaiún. Parece que la amargura no tuviera fin jamás. ¿De nuevo el pueblo saharaui abandonado a su suerte?

Desgraciadamente, lleva abandonado a su suerte 35 años. Esto que ha pasado ahora en el campamento Agdaym Izik era algo anunciado; intuíamos movimientos y cosas que no nos gustaban nada, y el colofón fue el discurso de Mohamed VI por el aniversario de la Marcha Verde el 6 de noviembre, que fue una declaración de guerra. Sabíamos que algo muy gordo iba a pasar, teniendo en cuenta además que enseguida estaban las negociaciones [entre el Frente Polisario y el Gobierno de Marruecos bajo el auspicio de la ONU] en Nueva York, y Marruecos -este año más que nunca- no quería ir...

¿Cómo comenzó su relación con los saharauis?

De una manera absolutamente casual. Yo estudié Enfermería en Pamplona, pero me fui a trabajar a Tenerife porque tenía una amiga. Conocí a los saharauis allí, en marzo de 1973, justo un poco antes de que se fundara el Frente Polisario. Allá conocí también al que luego fue mi marido y padre de mis hijos, Mohamed Salem. A partir de ahí, los acontecimientos nos llevaron a donde nos llevaron...

Llegó al Sahara Occidental en los momentos de la invasión militar y del éxodo dramático. ¿Por qué decidió viajar allá y comprometerse -en aquellas circunstancias, a vida o muerte- con el pueblo saharaui?

Yo estaba viviendo muy de cerca todas las circunstancias del pueblo saharaui y pensé que tenía que estar allí. Y fui. Tenía 24 años; no fue una decisión meditada sobre lo que perdía o ganaba... Los estudiantes saharauis de Tenerife iban y yo me sentía una más. Para mí fue natural, como si me llevara el agua...

¿Recuerda su primera impresión cuando llegó al desierto?

Fue la Nochebuena de 1975. Llegué a Tinduf [Argelia] en avión, de noche, pero al día siguiente, cuando abrí los ojos y vi aquello, me pareció impresionante. Todavía no había campamentos en Tinduf. Inmediatamente cogimos los coches y nos dirigimos hacia el Sahara Occidental. Inmenso... El desierto es un sitio muy especial... Nunca te deja indiferente: o te engancha o lo odias y dices «nunca más»...

«Hubo días que llegamos a enterrar hasta 25 niños, y eso no hay hijo de madre que lo aguante», recordaba en una ocasión. Curando heridos, enterrando muertos, huyendo de los bombardeos a través del desierto... ¿Cómo vivió la guerra?

Pasados lo años, a veces pienso que no lo he vivido, que lo he soñado... No daba tiempo a pensar; las circunstancias eran tan bestias... La muerte te estaba rondando todo el rato, pero no tenía miedo de morir; tal vez era la inconsciencia de la juventud. Aquello era muy duro para todo el mundo. Aquella población que huyó a través del desierto, pariendo debajo de los árboles porque la vida seguía, los críos enfermaban, diarreas, no había comida, los heridos de la guerra, los bombardeos... Para mí fue una bestialidad. La verdad es que ahora, cuando lo pienso, digo: ¿el género humanos es capaz de hacer esas cosas? Horroriza pensar que se pueda llegar a hacer eso, pero a lo largo de 35 años hemos visto muchos horrores...

La vida seguía a pesar de las circunstancias... Creo que usted se casó en el desierto, de madrugada, en un paréntesis entre bombardeos. Parece una metáfora de la urgencia de vivir...

Yo venía de Um Dreiga con heridos de los bombardeos, pero la movilidad en el desierto en aquel momento era dificilísima: los marroquíes habían invadido por el norte y los mauritanos por el sur, y quedaba una especie de pasillo mínimo. Tanto unos como otros estaban deseando que nos pusiéramos a tiro para darnos. Salimos de Um Dreiga con unos cuantos camiones de heridos y tardamos tres días en llegar a Guelta Zemur porque solamente podíamos andar un poco por la noche con las luces apagadas. Cuando llegué a Guelta alguien me dijo que mi novio estaba allí. Efectivamente, había llegado con un grupo de periodistas franceses o suecos. Cuando nos encontramos me dijo: «Nos tenemos que casar porque si te matan, quiero, al menos, que seas mi mujer». Era un romanticismo... Levantamos una tienda pequeñita a las 3 de la mañana, trajeron una cabra, a mi me pusieron una melfa [vestido femenino saharaui] encima de toda la suciedad que llevábamos y nos casamos. A las 5 hubo que quitar la tienda y taparla con arena porque venían ya los aviones de reconocimiento. A la mañana oímos por la Radio Nacional Saharaui que esa misma madrugada se había proclamado la República Árabe Saharaui Democrática [27-II-1976].

«Tú me curaste, tienes mi consideración y respeto», le dice un oficial marroquí prisionero en el documental «Fatimetu». Hablan agarrándose las manos. Él fue herido grave en combate y capturado por los guerrilleros saharauis; usted le operó de urgencia y le salvó la vida...

Los sanitarios consideramos a las personas por encima de las ideas políticas. En ese momento era una persona que estaba herida. No lo puedo imaginar de otra manera, además. Nosotros hacemos un juramento hipocrático que no tiene que ver con religiones ni con ideas políticas. A veces hay gente que no lo entiende muy bien. Aquí también hemos vivido historias de ésas. En aquel momento, para mí era un señor al que le habían herido en el bajo vientre y en una pierna, y no me lo planteaba de otra manera; yo o cualquier otra persona...

Creo que su familia tenía recursos; tal vez usted pudo tener una vida cómoda en Euskal Herria... ¿Qué lleva a una persona al compromiso con un pueblo lejano y en una situación tan dramática?

Cuando conocí a los saharauis, lo único que yo sabía del Sahara era que algunos iban allá a hacer la mili y lo que estudiábamos en Geografía... Luego empecé a sentir como mío aquello que pasaba en el Sahara. No me sentí extraña. Así como para los chicos saharauis que estaban estudiando allí el Sahara era parte de ellos, para mí también era parte mía. De hecho, cuando me llaman Gurutze soy Gurutze y cuando me llaman Fatimetu soy Fatimetu. No soy dos personas, soy la misma: soy euskaldun y me siento también saharaui. No me puedo alejar de ello porque lo siento mío.

¿Llegó a preguntarse alguna vez qué hacía allí?

Sí, en los momentos difíciles, cuando la impotencia me llevaba a pensar qué pinto aquí si no puedo hacer nada; pero lo hablaba con alguien y siempre me acababan diciendo que al principio no había nada. Sólo estábamos tres enfermeros que habían estudiado en el mismo hospital donde yo trabajaba en Tenerife, otra enfermera catalana y yo. O nosotros hacíamos algo o no había nada... Por poco que pudiéramos hacer, siempre era más de lo que habríamos hecho marchándonos. Era una sensación de frustración tremenda. Nosotras y los chicos enfermeros éramos antes gente de hospital, trabajábamos con medios. De repente te encuentras en medio del desierto y no tienes nada. Yo, por ejemplo, no había atendido un parto en mi vida, tampoco teníamos una placa para saber si había una fractura o no, ni escayola para proteger una pierna, ni sutura para coser una herida, no teníamos nada...

Al margen de las circunstancias políticas y bélicas, usted se encontró con otras condiciones totalmente nuevas: idioma, religión, costumbres, naturaleza, falta de recursos... ¿Fue difícil integrarse en una cultura tan diferente a la suya?

Yo tenía una cosa clarísima desde el primer día: en ningún momento iba a pretender cambiar absolutamente nada allí. De ninguna manera entraba en mi cabeza la pretensión de imponer algo o de tratar que fueran de otra manera. Había un montón de cosas que yo no entendía y preguntaba. Me explicaban que el Sahara tenía que experimentar muchísimos cambios porque había estado en circunstancias de colonialismo, de sometimiento... Hay un dato muy significativo: en cien años que el Sahara estuvo colonizado por España, los primeros universitarios saharauis eran los que estaban en aquellos años setenta en la universidad. Los saharauis eran muy conscientes de que había que cambiar mucho ese pueblo, pero el cambio lo debían hacer ellos; yo no era nadie. Por tanto, no se me hizo difícil porque en todo momento pensé que tenía que ser una más, vivía como una más, traté de aprender el idioma lo antes posible y me integré lo más que pude...

¿Qué es lo que más aprecia de los saharauis?

La inmensa paciencia y ese sentimiento de ser saharauis que tienen... Es una cosa que, a pesar de los años, me sigue sorprendiendo. También lo convencidos que están de que el Sahara va a ser independiente y ellos van a volver a casa. Y ponen toda la carne en el asador, y si hay que esperar cien años -dicen- esperamos, pero nosotros volveremos. Aprecio esa resolución, esa decisión tan absoluta de que, cueste lo que cueste, van a volver al Sahara independiente.

Llegan ahora vientos de preocupación desde el desierto: matanza de saharauis, levantamiento popular, represión en El Aaiún, el Polisario no descarta retornar a las armas ante la inacción internacional... ¿Podría volverse a la guerra?

Yo creo que, lamentablemente, es la única solución que les dejan. El Frente Polisario ha cumplido absolutamente todas y cada una de las condiciones a las que se comprometió en el Plan de Paz del año 1990. Marruecos es quien ha impedido en todo momento que se celebre el referéndum al que se comprometieron. Los saharauis son un pueblo pacífico que, en estos veinte años, no ha ido en ningún momento por una vía violenta. No han roto el alto el fuego y tampoco han puesto una bomba ni han cometido un acto de terrorismo en ningún lado. Pero no siendo violentos, ¿alguien les ha tenido en cuenta? ¿Alguien ha valorado el esfuerzo que está haciendo ese pueblo, dividido desde hace 35 años una parte en el Sahara ocupado y otra parte en los campamentos de refugiados, esperando a la comunidad internacional, a Naciones Unidas, esperando...? Nadie lo ha tenido en cuenta. ¿Cuál es la conclusión? Si por la vía pacífica no se puede hacer absolutamente nada, para vivir como viven, a ellos no les merece la pena vivir. ¿Qué alternativa les queda? Volver a la guerra, no hay otra. Además, quien ha roto el alto el fuego ha sido Marruecos, que ha matado a diestro y siniestro...

¿Cómo ve la actitud de la prensa occidental ante el conflicto?

Hay un bloqueo informativo clarísimo, absoluto. La inmensa mayoría de los medios no hablan del Sahara; sí en los alternativos, internet, etc... pero eso implica que hay buscar la información. Con ese bloqueo pretenden que la gente se olvide del problema del Sahara Occidental. Hay una máxima periodística, ¿no?: aquello de lo que no se habla no existe. No obstante, no creo que el bloqueo sea de los periodistas sino algo impuesto desde arriba a los medios. Me atrevería a decir que existe la censura por mucho que nos digan que es un país democrático. Aquí ya lo conocemos: se cierran periódicos...

Es llamativo también el divorcio en este tema entre la ciudadanía y los gobernantes...

En el tema del Sahara hay una historia algo delicada y no quiero que se me malinterprete: gran parte de los ciudadanos del Estado español son solidarios con el pueblo saharaui, pero es una solidaridad humanitaria. Está muy bien, se mandan caravanas, se traen niños en verano, pero queda ahí. Hablo sin pretender menospreciar en ningún momento esa labor para nada, pero entiendo que cuando vienen esos niños aquí en verano es porque hay un conflicto que no les permite estar en sus playas. ¿Por qué hay que mandarles comida? Porque, a consecuencia de un conflicto, están en unos campamentos. El origen del problema es político; por tanto, habrá que tratar de buscar una salida política...

¿Tal vez el bloqueo informati-vo del que habla se dirige precisamente a desvirtuar la na-turaleza del conflicto, a hurtar su esencia política y darle una dimensión sólo humanitaria?

Sí. Es un tema muy delicado, que levanta ampollas en cuanto hablas de política. Hay gente que inmediatamente dice: «Uff, es que yo en política...». Claro, pero es que no podemos quedarnos sólo en que vengan los niños y vayan caravanas; tenemos que dar una vuelta de tuerca más y exigir a los políticos del Gobierno español.

Desde hace 35 años, una parte del pueblo saharaui convive con el colonizador bajo administración ocupante marroquí; la otra sobrevive en campamentos de refugiados en el desierto en condiciones extremas. ¿Qué les mantiene en pie?

Pues que son saharauis, y ser saharaui es ser muy especial. Hace más de treinta años que les conozco y me siguen sorprendiendo. Me sorprenden porque las generaciones siguientes a aquellas que yo conocí inicialmente siguen siendo exactamente iguales. La población que ha nacido bajo el dominio marroquí -y los marroquíes han intentado tergiversarles, manipularles, emborracharles- sigue siendo más saharaui que nunca. Y los críos que han nacido en los campamentos y han ido a estudiar a Cuba o a otros sitios han vuelto y son los que ahora están pidiendo armas para ir a la guerra porque no están dispuestos a seguir la vida que han tenido sus padres...

¿Con qué sueñan los jóvenes saharauis de hoy?

Me da la impresión de que lo único con lo que sueñan los jóvenes, así como sus mayores, es con el retorno a un Sahara independiente. Estos días, a algunos les puede parecer que son violentos porque piden la vuelta a las armas. Yo haría la pregunta al revés: ¿le queda alguna alternativa al pueblo saharaui, que no sea la vuelta a las armas?

Desde el alto el fuego, auspiciado por Naciones Unidas, los saharauis han esperado, de forma no violenta, la resolución del conflicto. La hipocresía de los países democráticos que propugnan la no violencia es total. Ningunean, olvidan y menosprecian al no violento, y apoyan al cruel, al invasor, al genocida, al criminal, al que incumple absolutamente todas las resoluciones de Naciones Unidas.

¿Euskal Herria es un pueblo solidario?

Yo creo que sí, pero los primeros meses yo iba armada y tuve una pistola -incautada al Ejército marroquí, como el resto del armamento- que estaba fabricada en Markina... La veía y decía: seguramente los que han hecho esta pistola serán gente maja y, quizás hasta abertzales y de izquierda, pero están haciendo armas. De acuerdo que es un medio de ganarse los garbanzos, pero las armas sirven para lo que sirven...

Creo que la gente de Euskal Herria sí es solidaria. Por nuestras circunstancias, aquí probablemente tengamos una sensibilidad mayor o distinta de otro tipo de gente. Diría que sí somos solidarios, pero volvemos a lo de siempre: creo que se podría hacer un poco más de lo que se hace.

¿Qué más se podría hacer?

Para mí es fundamental el compromiso político de exigir, exigir y exigir... No se puede estar callados viendo lo que está pasando; pero no sólo por lo que está pasando ahora, sino por lo que está pasando desde hace 35 años. La solidaridad humanitaria es muy importante, pero sólo eso no sirve. Yo pido más.

Ir al origen del conflicto en definitiva... Por cierto, usted es una de las firmantes de la «Declaración de Igartza» por el derecho a la autodeterminación promovida en el Goierri. ¿Tal vez es ésa la clave también para otros problemas?

El derecho a decidir es fundamental. Cuando no se deja expresarse a la gente y no se le deja ser libre, las cosas no suelen ir bien, la consecuencia no suele ser buena... Lo que pasa es que nos tapan la boca con la palabra democracia. Hay una cosa que yo echo mucho de menos en el Gobierno español: que condene lo que está pasando en el Sahara, porque lo único que hacen es lamentar. Sin embargo, luego ellos sí exigen a otros que condenen y si no condenan los ilegalizan. Igual hay que ilegalizar al PSOE porque no condena lo que está pasando en el Sahara...

¿El derecho a decidir podría ser receta también para este país?

Yo creo que sí. Primero hace falta que no nos condenen tanto y no nos tengan a todos como sospechosos. A veces hablo con gente que es más o menos cercana al problema del Sahara -aunque no se pueda hacer una comparación- y entienden el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui pero no entienden el derecho a la autodeterminación del pueblo vasco. Afortunadamente, también hay por ahí gente que nos entiende.

Dicen que el desierto atrapa para siempre...

Sí... Menos cuando hace siroco; ¡es horrible! [risas] El desierto es un sitio muy especial. Te das cuenta de lo poco que eres. Cuando llegas y ves aquella inmensidad y aquel silencio, aquel calor, aquel frío, aquella nada... El desierto te coloca en tu sitio. Al mismo tiempo, es un lugar fantástico para mirar hacia dentro y buscar...

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