Iniciativa para preservar la memoria histórica
Reclaman la recuperación del Burzako minero
Varias generaciones nacieron en aquellas caballerizas convertidas en viviendas, crecieron junto al duro trabajo de los mineros y el de sus mujeres. Los últimos testigos del Burzako minero piden a la Diputación que no deje desaparecer las casas y, con ellas, la memoria.
Nerea GOTI
No está debidamente documentado, pero año arriba año abajo, el nacimiento del poblado de Burzako puede situarse alrededor de 1880. «Burzako, como todos estos pueblos, nació con las minas», destaca Carmelo Uriarte, presidente de la Fundación Museo Minero.
Las primeras construcciones que luego darían paso al poblado «eran barracones mineros, porque no había infraestructura para acoger a tanta emigración procedente de Galicia, León, Zamora, La Rioja y del País Vasco. La Arboleda ni existía en aquella época», recuerda Uriarte.
Las propias compañías mineras mandaban construir los barracones, que no eran más que «cuatro piedras, unas pocas tablas y ni camas ni literas, paja o kaloka de maiz y tapados con una lona o sacos», según precisa Uriarte.
En las minas se vivía mal, pero en los pueblos que dejaban atrás aquellos hombres ni siquiera tenían jornal, así que dejaban a mujeres, madres y novias y buscaban acomodo en el barracón de turno. «Venían por miles, por eso esta zona está tan castellanizada y tan superpoblada», explican quienes han trabajado en reconstruir la historia de los enclaves mineros.
Prueba de las pésimas condiciones en las que subsistían es que «en la famosa huelga minera de 1890, los socialistas que estaban al frente de la huelga, llevaron al mismo capitán general Loma a los barracones mineros, y está certificado que cuando vio aquello dijo: `aquí no pueden vivir ni los cerdos'», según remarca Uriarte.
En aquellos primeros años, sólo eran hombres los moradores de los barracones, que estaban a cargo de capataces y encargados de las minas. Las propias compañías dispensaban la comida, incluso disponían de tienda. El presidente de la Fundación Museo Minero cuenta que «todo lo que ganaban en la mina volvía a la compañía. En muchos casos, a final de mes debían dinero, por lo que habían dejado apuntado en la tienda, el albergue, la limpieza, etc... los sueldos eran míseros en las minas del famoso Ramón de la Sota, de una, dos y tres pesetas», señala.
Cuentan las cronicas de la época que en aquellas condiciones de hacinamiento, trabajo bruto y penurias económicas, eran tan frecuentes los incidentes, como las visitas de proxenetas, que no olvidaban trasladarse desde Bilbo los días de paga, para dispensar la compañía de mujeres a los mineros.
Las primeras familias
A partir de 1890, los barracones se desplazaron hacia el monte y se fueron formando los poblados con la llegada de las primeras familias que buscaban instalarse próximas al lugar de trabajo. Por orden del general Loma, los barracones se convirtieron en caballerizas para dar cobijo a cientos de animales que trabajaban en la mina junto a los hombres en similares condiciones de brutalidad. Más tarde se empezaron a construir viviendas, también muy humildes, y en la medida en que el trabajo en la mina se fue mecanizando las que fueron caballerizas se transformaron en viviendas.
Tras la guerra de 1936 y hasta la década de los años 70, Burzako vivió la época de mayor apogeo, pese a que ya se vivían los años de decadencia en las minas que se iban agotando. Antes de 1910 se contabilizaban alrededor de 20.000 mineros en la zona y después de esa fecha rondaban los 15.000. «A partir de los años 40, en toda la zona minera no llegarían a 8.000 mineros», indica.
En esas moradas de Burzako vivieron mineros incluso después de su jubilación hasta hace relativamente poco. Las mantuvieron en uso, junto a la huerta que trabajaban, y para el cuidado de animales domésticos.
En la medida que los antiguos mineros fueron abandonando algunas de estas casas, otras familias buscaron cobijo en las mismas, pero ahí arrancaron los problemas de convivencia que acabaron por convertir Burzako en una zona conflictiva. «Ahora, sólo quedan cuatro paredes», segun destaca Uriarte, porque «han dado fuego a las casas», pero no es tarde si hay voluntad de recuperar la tradición que representan aquellas viejas viviendas.
«Que no desaparezca como el hospital»
Mertxe D. nació en Burzako. Es hija, nieta y biznieta de moradores del antiguo poblado minero. «Es injusto permitir que dejemos que se hunda piedra a piedra hasta su desaparición, como pasó con el hospital de La Arboleda», apunta esta vecina, que se resiste a contemplar la desaparición de un lugar que guarda mucho más que recuerdos.
Mertxe D. nació hace 49 años en una de esas casas que con dos habitaciones y una cocina daba techo a ocho personas, en su caso, y a tres y cuatro familias, en otros muchos. Ahora parece impensable, según destaca, pero en otro tiempo era habitual. «Víviamos mi bisabuela, mis abuelos, mis padres y nosotros, que eramos tres hermanos», explica. De hecho, recuerda que sus abuelos acogieron a una familia procedente de La Rioja. Era lo corriente en tiempos en los que no había viviendas disponibles para todos los que llegaban a trabajar a las minas.
De sus vivencias en Burzako, subraya que era un pueblo «lleno de vida, con las calles repletas de niños, su tienda, su bar y la escuela». Entre sus recuerdos, destaca, asimismo, que iban a coger agua a la fuente, las tablas que se improvisaron como lavadero en el manantial, la ropa tendida al sol en aquellas largas cuerdas comunitarias o extendida entre argomas y, como no, los largos turnos de trabajo de su padre y los demás en la mina, que luego seguían en casa a cargo del cuidado de los animales y la huerta.
«Mi abuelo trabajó en la mina, allí una vagoneta le cortó los dedos del pie. Mi padre empezó a trabajar con ocho años, llevando agua y ayudando en lo que podía a los mayores y después ha trabajado en cuatro máquinas de carbón», rememora.
«Éste es un pueblo que ha dado mucho a la zona», resalta sobre una actividad que en 1899 alcanzó la mayor producción mineral del mundo (6,5 millones de toneladas). Ahora, sin embargo, «se están llevando hasta los ladrillos hechos a mano», apuntan los vecinos que se están moviendo por la recuperación de Burzako.
En estos tiempos, en los que desde distintos ámbitos se hace hincapié en la necesidad de recuperar la memoria histórica, consideran que no se debe pasar por alto el pasado de Burzako. «Los mineros que vivían en esos barracones lucharon con barrena y pico para extraer de sus entrañas millones de toneladas de mineral, unos mineros que trabajaban de día y de noche para poder sacar a sus hijos adelante», según destaca Mertxe D.
A su juicio, la recuperación de las antiguas viviendas de los mineros puede dar lugar a un gran número de usos y proyectos que determinarán las instituciones, «mejor si redundan en beneficio de los vecinos de la zona», opina Mertxe, pero lo fundamental es que no se permita la desaparición del viejo Burzako minero.
Los defensores de la recuperación de Burzako subrayan que éste es un enclave «aislado pero muy bien comunicado», que además está rodeado de múltiples atractivos turísticos, entre los que destacan La Arboleda, los Montes de Triano y Galdames en vía de ser reconocidos por Lakua como biotopo, «el pulmón de la Margen Izquierda», según resaltan, o el propio campo de golf, aledaño al poblado.
Ya hace unos 12 años, al entonces diputado foral de Urbanismo, Juan Cruz Nieves, se le pidió «que no abandonaran Burzako», ahora creen que la Diputación vizcaina, propietaria del suelo, está a tiempo de emprender una recuperación del enclave, con vistas al turismo rural, que merece «desde el punto de vista histórico, social, económico y turístico», mantienen. N.G.
800
llegó a tener Burzako, donde escuela y comercio se mantuvieron hasta la década de los 70. Algunos mineros jubilados utilizaron las casas hasta los 90.