El último capítulo de la inacabada guerra entre el norte y el sur de la península de Corea, si bien no ha sido el más grave en cuanto al número de víctimas de los ataques que desde el armisticio se han producido por parte de ambos contendientes, ha sido presentado por la prensa mundial como si lo hubiera sido. El ataque de hace tres días -sin mencionar las provocaciones de Corea del Sur- provocó la alarma internacional hasta el punto de no descartar la posibilidad de una confrontación armada abierta que en este caso supondría el comienzo de una guerra nuclear. Mientras se mantiene la tensión dialéctica entre ambas Coreas, llama la atención el enfoque predominante, el occidental que, como Estados Unidos y Japón, reclama a China que utilice su influencia sobre Corea del Norte para rebajar la tensión. En eso consiste precisamente el llamamiento a la calma de Beijing, en consonancia con el cada vez mayor peso que está adquiriendo en la diplomacia internacional. Pero rebajar la tensión en esa península, ir más allá y lograr un tratado de paz no es tarea exclusiva de China. Al fin y al cabo, esa tensión no es sino el reflejo de una disputa de intereses geoestratégicos y económicos.