La expulsión de EA del gobierno de la Diputación Foral de Araba cambia en poco el cuadro institucional que en la práctica ofrecía este territorio. A fin de cuentas, la llegada de Xabier Agirre al cargo de diputado general no fue fruto de la existencia de una mayoría abertzale plasmada en las Juntas Generales, sino de una carambola en la que se combinó la mutilación del cuerpo electoral por la aplicación de la Ley de Partidos, el exceso de confianza de un candidato del PSE engreído y una maniobra de ANV que, sin votar al PNV, evitó que saliera elegido otro gobernante unionista.

El PNV constituyó el gobierno con EA y Aralar (la misma que casi vota a Txarli Prieto), pero decidió gobernar con el PSE, con quien pactó los presupuestos, intercambiando cromos entre la Diputación y el Ayuntamiento, y las grandes líneas políticas. La presencia de Aralar y EA en tres departamentos sirvió para que estos partidos marcaran su impronta en políticas sectoriales, y en esto merece ser destacada la actuación de Mikel Mintegi al frente de Medio Ambiente, que ha resultado incómoda no sólo para el Gobierno español por la oposición a diversos proyectos, sino también en muchos casos para el propio PNV. Pero la deriva de la Diputación de Araba, desde una visión global, estaba lejos de poder ser considerada abertzale y progresista.

Con la legislatura casi agotada, comenzar a buscar culpables de esta ruptura de gobierno o entrar en disquisiciones sobre si era el momento adecuado es un ejercicio tan fácil como baldío. La cuestión de fondo es cómo hacer que la correlación de fuerzas cambie para que tras las próximas elecciones sí se pueda conformar un gobierno que lleve adelante una práctica abertzale en lo nacional y avanzada en lo social, que cuente con un apoyo sólido en las Juntas Generales. Pocas dudas caben de que para eso es preciso acumular fuerzas abertzales a la izquierda del PNV. En lugar de mirar al pasado, ése es el campo de juego que se abre para los abertzales de izquierdas en el presente inmediato.