En estos tiempos en que buena parte de la clase política vasca se ha puesto el buzo de trabajo y está dispuesta a llenarse de barro hasta las rodillas, o más arriba, para ofrecer un cambio de rumbo radical a este país, resulta repugnante comprobar hasta qué punto han perdido el norte otros personajes públicos.

Los dirigentes del PNV y del PSE bordaron el papel de cenutrios el pasado jueves con un cruce de notas entre sus respectivas ejecutivas que venían a responder a las «gravísimas descalificaciones» y a los «insultos, injurias y calumnias» que algunos de sus más distinguidos portavoces se habían lanzado durante los últimos días. Unos y otros utilizaron un lenguaje «barriobajero» para referirse al contrario, al tiempo que juraban y perjuraban que se habían visto obligados a echar mano de los exabruptos porque el rival empezó primero.

Por si alguien se ha perdido este capítulo tan interesante de la política vasca de los barrios altos, intentaré resumirlo. Al PSE no le gustó que Andoni Ortuzar calificase a Patxi López de «lehendakari pinocho»; menos gracia aún le hizo que el alcalde jeltzale de Leioa se pasara por Twiter para destacar que «el acrónimo de Patxi López Lehendakari» se lee «pelele». Pero a Iñigo Urkullu tampoco le agradó que «PLL» le acusara de «venderse al mejor postor» por uno de esos pactos que firma cada vez que viaja a Madrid. Ya puesto, el presidente del EBB tiró de hemeroteca para refrescar la memoria y encontró que los del PSE ya dijeron de Ibarretxe Lehendakari cosas tan «intolerables» como «zafio» y «grosero». En conclusión, que dieron la imagen de ser un compenetrado grupo de hombres inmaduros intentando rematar la pueril disputa, cuando se les han agotado los insultos, con aquello tan recurrido de «pues... tú más». Y para más inri, pidieron al respectivo destinatario de sus misivas que mande callar a los suyos y paralice la estrategia de «embarrar la vida política».

Lo dicho, hay quien se ha puesto manos a la obra para sacar a este país del lodazal político y otros que prefieren seguir embadurnándose con el fango del cretinismo.