Las películas animadas de DreamWorks llegan al gran público pero sin convencer nunca como las de Pixar, porque sus argumentos son mucho menos originales y los personajes no tocan la fibra sensible del espectador. La falta de originalida argumental se hace más evidente en «Megamind», debido a que cuenta lo mismo que la ya estrenada «Gru, mi villano favorito». Insiste igualmente en darle la vuelta a la personalidad psicópatica de los villanos de los cómics de superhéroes para intentar descubrir su lado bueno.

El villano del cabezón azulado (no puede haber otro color para las masas después de «Avatar») es víctima de su destino, puesto que nadie nace para ser villano. Desde la más tierna infancia se vé obligado por las circunstancias a competir con Metro Man, que procede de su mismo planeta, y como quiera que su rival se arroga el papel de salvador de Metro City, no le queda otro remedio que convertirse en el malo de la función.

El juego queda así establecido y la correlación de fuerzas parece funcionar, hasta que un mal día se le va la mano y destruye al superhéroe. Siente entonces un vacío existencial que trata de compensar creando otro antagonista a partir del ADN de Metro Man. El elegido como cobaya humana es un cámara televisivo, lo que lleva al secuestro de la reportera para la que trabaja el nuevo superhéroe bautizado como Titán. Megamind no puede con la reportera, la cual deja en ridículo su pretendida maldad. A esas alturas de la película la trama se ha complicado tanto que el supuesto villano se empieza a preguntar si merece la pena tanto lío para ejercer el mal y que, encima, se rían de uno a la cara. Es así como Megamind cruza la frontera entre el bien y el mal para ocupar una posición éticamente más ambigua.

Ante lo enrevesado del relato, los de DreamWorks han aplicado su habitual fórmula simplificadora a base de chistes fáciles y canciones comerciales, con tal de que los espectadores, pequeños y grandes, salgan del cine riendo y canturreando.