Cuando los personajes de una película son un reflejo de su autor, conviene hacer acotaciones generacionales, porque los jóvenes protagonistas de «Todas las canciones hablan de mí» tienen el perfil de los veinteañeros que han crecido admirando a sus padres y se han dejado influenciar por sus gustos e ideas. En consecuencia, el debutante Jonás Trueba sigue tan apegado a Truffaut y su alter ego Antoine Doinel como lo pudieron estar en su juventud Fernando y David Trueba, de los que es hijo y sobrino, respectivamente.

No se comprende, de otra manera, que la canción que sirve de leitmotiv a la película sea «La estación de los amores», un tema de Franco Battiato que no escuchan, afortunadamente, los veinteañeros de hoy en día. Y cuando el joven protagonista la oye adopta una postura nostálgica, y es que también se puede sentir añoranza de lo que uno no ha conocido pero ha oído hablar de ello.

«Todas las canciones hablan de mí» tiene también ese aire melancólico debido a que, al contrario de la mayoría de las comedias románticas, no describe el comienzo de una relación, sino lo que sucede cuando ya ha acabado.

Oriol Vila y Bárbara Lennie personifican a una pareja rota, que se reencuentra meses después de haber dejado una relación de seis años. Consideran que los ánimos ya se han calmado y que es un momento propicio para volver a verse, para charlar sin tensiones. Pero en el fondo sucede que el amor entre ellos no ha desaparecido, pudiendo ser que todo se debiera a una incompatibilidad de caracteres. Ella es mucho más activa, una chica en constante movimiento, que no ha soportado la indolencia de su novio. El chico permanece como adormecido en el viejo Madrid de los Austrias, ayudando a su tío en una librería «de antiguo». Es como si no supiera vivir el amor a los veinte años, como si su tiempo no le perteneciera.