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La Cumbre de Cancún rebaja aún más unas expectativas que de por sí ya eran pírricas

Las conferencias auspiciadas por Naciones Unidas corren en este momento el peligro de nacer contagiadas por la crisis estructural que padece esa institución. Lo peor es que esas cumbres tratan cuestiones vitales para el futuro del planeta, como en el caso de la Cumbre del Clima de Cancún que concluyó ayer.

En los últimos años las expectativas de este tipo de encuentros se han ido reduciendo notablemente. A modo de vacunación ante fiascos sonados como los de la pasada Cumbre sobre los objetivos de Desarrollo del Milenio de Nueva York o sobre el Clima de Copenhague, por mencionar tan sólo dos de las últimas, los propios mandatarios han tomado por costumbre rebajar esas expectativas antes de la cita. Sin embargo, los acuerdos protocolarios con los que se cierran estos eventos demuestran la devaluación de los mismos. El sistema de vetos y chantajes se impone así sobre el bien común y sobre una perspectiva más multilateral que no termina de cuajar.

La Cumbre del Clima se ha cerrado en falso y el resumen de la misma recuerda a la famosa canción de Kortatu: «La asamblea de majaras ha decidido... mañana sol; y buen tiempo».

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