Amparo LASHERAS Periodista
La alegría de reivindicar el enfado
Me gusta la vida, pero estoy enfadada con el mundo. No quiero averiguar si esa sensación es buena o mala, si permanecerá en el tiempo o mañana cuando despierte habrá desaparecido y me encontraré, como dice la canción, «sin saber qué pasa, chupando un palo sentada sobre una calabaza». A veces deseo estar enfadada porque alimenta mi rebeldía, otras me hace sentirme sola, por no entender o compartir la despreocupación de que nada me importe. No soporto escuchar «es lo que hay» o pensar que «nada se puede cambiar» mientras «lo mío» se mantenga inalterable; trabajo, hipoteca, coche, televisión de plasma, vacaciones o algunos ahorrillos con los que especular cuando los bancos lo ordenen. Quiero creer que el futuro y el mundo pueden y deben ser diferentes. Sin embargo, me exaspera mirar la vida desde la barrera de las miserias conformistas, desde la atalaya blindada de la seguridad individual y del miedo a ser muchos e iguales en el derecho fundamental de tener derechos para vivir con dignidad. Tal vez estoy gritando y mi enfado sea mayor de lo que imagino y siento. Cuando la justicia y la libertad alzan la voz y abroncan al mundo, no deseo escuchar sólo susurros imperceptibles, no quiero que la sordera colectiva me proteja todavía no sé de qué. Hace pocos días le oí decir a una amiga que «el capitalismo, si no te mata con las armas, te mata de tristeza». Mi tío el anarquista decía lo mismo cuando reivindicaba la alegría de luchar. Al escribir este final he llegado a la conclusión de que me gusta la vida porque estoy muy, muy enfadada con el mundo.