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Un poetastro al fin comprometido

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Cuando regresó de su larguísimo exilio porteño y romano, cuando regresó a aquella España del 77 aún en blanco y negro con su melena blanquísima al viento y sus gorras marineras y sus camisas multicolores -«estentóreas», decía él-, Rafael Alberti se instaló en un apartamento madrileño en cuya puerta, con evidente mala fe, alguien pegaba cada mañana un sello con la cara de Franco. «¡Vaya, otra vez el funeralísimo!», maldecía mientras se afanaba en despegarlo. La vida de Alberti fue la vida del siglo XX: de 1902 a 1999.

Pero fue ante todo una existencia dedicada a luchar contra el fascismo. Tras unos inicios en los que, como otros del 27, recreó magistralmente las formas poéticas populares, los cancioneros renacentistas o la lírica barroca, atravesó -también como otros- una turbulenta etapa de crisis y catarsis, un viaje al fondo de la identidad, que la estética rebelde y transformadora del surrealismo ayudó a aflorar. De ahí surgió el Alberti «poeta en la calle», el que no dudó en anteponer la razón revolucionaria a la razón poética. El 1 de enero de 1930 fechó su Elegía Cívica «Con los zapatos puestos tengo que morir», en la que funde de forma vibrante surrealismo y compromiso. Luego llegan libros urgentes de significativos títulos: «Consignas», «Un fantasma recorre Europa», «El burro explosivo», «De un momento a otro», «Capital de la gloria» -en referencia al Madrid sitiado-, «Entre el clavel y la espada», «13 bandas y 48 estrellas»... En un poema de este último escribe: «Nueva York, Wall Street, banca de sangre,/ áureo pulmón comido de gangrena,/ araña de tentáculos que hilan/ fríamente la muerte». Surge entonces la profunda duda ante la utilidad real de la poesía: «Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre,/ se escucha solamente la rabia,/ las palabras entonces no sirven: son palabras./ Siento esta noche heridas de muerte las palabras». Una duda que pronto se diluye: «Después de este desorden impuesto, de esta prisa,/ de esta urgente gramática necesaria en que vivo,/ vuelva a mi toda virgen la palabra precisa,/ virgen el verbo exacto con el justo adjetivo/ y a mi lengua el inédito asombro de crear».

Antes que poeta, Alberti había deseado ser pintor, y pintó y aprendió grabado y escribió muchos poemas sobre pintores y cuadros. Así que a esa esencial cualidad rítmica y musical de su poesía, se unían su sentido plástico y su urgencia de comunicar, lo que le condujeron, claro, al teatro: «El hombre deshabitado», «El adefesio», «Noche de guerra en el Museo del Prado», «El trébol florido»... Y también a crear muchos textos que denominó «Poemas escénicos».

Pero curiosamente Salvador Távora no ha utilizado el teatro de Alberti, sino unos cuantos de sus poemas más militantes para el último espectáculo de La Cuadra: «Rafael Alberti: un compromiso con el pueblo», que hoy termina sus funciones en Sevilla para iniciar gira en enero. En esta ocasión Távora ha huido de su acostumbrado barroquismo y opta por el intimismo y la austeridad: un actor, una cantaora y dos bailarines. «El teatro siempre ha sido político. Aquí he buscado decir lo justo para asustar al público. Recuperar los valores de hace cuarenta años: el susto de la hoz y el martillo», ha afirmado el director andaluz. «Un despistado soberano/ que dejó pronto de ser republicano/ y que de popular, de vanguardista,/ de ocasionístico surrealista/ acabó como tantos también en comunista/ un poetastro al fin comprometido», escribió Rafael Alberti en el año 78.

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