Iñaki Egaña Historiador
Ética y estética
El artículo anterior que mal titulé «El anti cuento de Navidad», cuando mejor le habría ido un, por ejemplo, «Otro cuento de Navidad», ha suscitado en la red internauta un enconado debate sobre la violencia, la justicia y la venganza. La contrainsurgencia cibernética de charol se mantiene alerta cada vez que suenan frases sobre los presos vascos y despliega sus argumentos tendenciosos por aquí y por allá.
Me resulta, al menos, curiosa la táctica que utilizan en la mayoría de las ocasiones: separación entre demócratas y violentos e insulto. Insulto zafio, ibérico, sexista y machista, a la vieja usanza.
La separación entre violentos y demócratas es un gran sarcasmo. Sarkozy, Obama, Zapatero, Aznar, González... tiene más muertos sobre sus conciencias que el más terrorista de los terroristas, Carlos, el Chacal, por ejemplo.
Ya me contaran ustedes cuántos de los estados hoy conformados en la muy adelantada, tolerante y especializada en derechos humanos Europa no han utilizado la violencia repetidamente durante el siglo XX. ¿Se trata de una cuestión del tempo? He repasado el mapa una y otra vez y mis ojos se resisten a detenerse en algún punto que no diga violencia.
Por encima de los argumentos demócratas, parece que sobrevuela un concepto muy manido, el de la ética. La moral que debe de regir nuestros destinos. ¿Son ustedes violentos? No, por supuesto. ¿Seguro? Seguro. Tenemos mecanismos para que cualquier exceso violento sea castigado. ¿De veras? Sí, es cierto.
Permítanme que dude. Una duda razonable.
España vende armas y, según nos cuentan los diarios hace unos días, este año ha sido excepcional. La crisis no ha afectado al sector. Hasta lucrativas entidades de ahorro, caído el negocio de las hipotecas, se han metido en el sector. Un sector, por cierto, en el que tienen mucho que decir. Las armas, por cierto, matan, no fabrican nubes con el arco iris ni recuperan sueños infantiles. Más bien todo lo contrario.
Ya saben aquel estudio que hicieron en América hace unos años. La subida de un punto en el interés del pago de la deuda externa supone, automáticamente, la muerte por inanición de decenas de miles de niños. Me dirán que eso es violencia estructural y que eso no cuenta. También cuantificamos los muertos del franquismo entre aquellos que lo hicieron frente a un pelotón. Falso. Aquellos miles de niños que agonizaron de tuberculosis, por ejemplo, la enfermedad por excelencia del franquismo, fallecieron de forma violenta. Se engaña el que lo desea.
En los argumentos, la primera de las cuestiones que resulta notoria es la de la justicia. En España la justicia con la disidencia vasca no existe. Lo admiten propios y extraños. El objetivo del castigo es la venganza. Venganza sobre quienes han sido encarcelados, sea cual sea su crimen. La extremada dureza de las penas no tiene que ver con el tipo del crimen, sino con la naturaleza política del mismo. Justicia y reparación para las víctimas, en el mapa internacional. En España, justicia y venganza. La tortura es parte del mismo árbol. Venganza. Los defensores del modelo penal desconocen los valores de un sistema democrático.
Esta dureza lo es, asimismo, en su antítesis. Los funcionarios del Estado que han sido encarcelados, algunos acusados de crímenes gravísimos, han pasado de puntillas por la cárcel. Si ETA ha matado a 850 personas en 40 años y el Estado ha sido el origen de la muerte de otras 474, la desproporción en cuanto a justicia y reparación es escandalosa.
Más de 7.000 presos políticos vascos han pasado por las cárceles españolas en esos años. ¿3.500 funcionarios españoles en la misma proporción? Cerca de 10.000 torturados. ¿6.000 agentes españoles encausados? 50.000 detenidos en los últimos 50 años. ¿25.000 activistas españoles pro-gubernamentales? La mayoría pensaran que estoy de broma. Pero sería de lógica.
Y tampoco será tan difícil. Hoy, 200 militares argentinos, entre ellos Jorge Rafael Videla, el ex presidente de la Junta Militar, están en prisión. Tres o cuatro jueces demócratas los han metido entre rejas.
En España, ya recuerdan, no fue hace tanto tiempo, que una pléyade de fascistas y falangistas nos dieron lecciones de democracia, tolerancia y cosas por el estilo.
Una cuestión relacionada con la anterior sería la de la responsabilidad. Cuando los diputados abertzales cenaban el Hotel Alcalá de Madrid y sufrieron un atentado parapolicial, en el que murió Josu Muguruza, en 1989, los medios afines al Gobierno distribuyeron la idea de que «quien a hierro mata a hierro muere». Nadie es inocente. Y la máxima sería aplicable a unos y a otros, si es que realmente nuestro estilo es democrático.
Los miles de desmanes cometidos por agentes y funcionarios nos llevarían a pedir el encarcelamiento del Borbón, como máximo dirigente de la Armada española. A mi me parecería lógico.
La trayectoria de Suárez y González, por la misma regla de tres, habría supuesto, al margen del encarcelamiento de su cúpula, el intento de aniquilar a todos ellos. ¿No se jactó Felipe González de que pudo haber eliminado a la dirección de ETA y no lo hizo, por razones morales?
Yo más bien pienso lo contrario. Que si Garzón, entonces en el PSOE, ya avanzaba lo de «todo es ETA» y la dirección de Herri Batasuna se encontraba reunida en el Hotel Alcalá, alguien dio la orden. En política no existen casualidades, y si existen, han sido perfectamente diseñadas y calculadas, lo dijo Winston Churchill.
En cuanto a las víctimas, el concepto es tendencioso por no decir mal intencionado. Militares, agentes, oficiales... preparados y adiestrados para la guerra, para matar y supongo que para morir ¿son víctimas? En absoluto. Como tampoco lo son los voluntarios que se enrolan en las filas de ETA. El oficio de la guerra no es un oficio cualquiera. Hacerlo en nombre del estado, en este caso de un ideal «metafísico», no da patente de corso. ¿O quizás sí, para los demócratas?
La segunda parte de este apartado es, nuevamente. escandalosa. Nacer en Moratalaz, Segovia o Carmona da derechos de primera categoría. Nacer en Basora, Kerbala, Trípoli o Kabul no da ningún derecho. En febrero de 1991, 1.200 mujeres y niños murieron en el refugio antiaéreo de Al-Almeria, en Bagdad. Error de objetivo, como en Amiriya y Fallouja. ¿Alguien sabe el nombre de alguno de estos niños que mató, entre otros, España? ¿Recuerdan el bombardeo de Trípoli en 1986? Los aviones norteamericanos repostaron en España antes de matar niños, civiles.
Madelene Albrigh, la ex secretaria de Estado norteamericano, justificó el embargo de la década de los 90 en Irak. El resultado ya lo conocen: medio millón de niños muertos.
Por encima de la sonrisa de un niño californiano o madrileño no queda sino la felicidad celestial. Por encima de la sonrisa de un niño iraquí, Aznar lo explicó a la perfección, están los intereses superiores, sea petróleo o sea el nombre y el prestigio de una nación.
Así que a éste que ya le peinan más canas que originales, eso de la ética y la moral le suena a camelo, a trampa recurrente. Y más bien piensa que lo que está en juego es la estética, es decir, esa rama de la filosofía que tiene por objeto el estudio de la belleza. Porque, maten lo que maten, en la cantidad que sea, lo importante no es esa risa quebrada o ese futuro abortado. Lo importante es que la esposa del jefe supremo de las Fuerzas Armadas, nacidas para matar que diría el malogrado Ivá, luzca un modelo del modisto más celeste.
La hipocresía ha llegado a su máximo estadio. Ética y estética unidas por anuncios espumosos. Si Aristóteles levantara la cabeza quedaría escandalizado de ese escenario tan macabro al que nos han conducido los que entendieron la democracia como un juego en el que ganar siempre. Pase lo que pase. Y para el resto la esclavitud.
Sólo en la derrota somos imbatibles, nos recordó Walter Benjamin. Y eso es lo que nos quieren recordar una y otra vez esos tolerantes de pacotilla, dueños de casi todo.